Antioquia: cristianismo y libertad

El principio de la Libertad, tan profundamente arraigado en el corazón antioqueño, nace como producto de la praxis cristiana, y más exactamente, de la doctrina de la Trinidad. Quiero ser claro: No me refiero con esto al lugar común según el cual Jesús sería “comunista”, pues bien se sabe que el Nazareno multiplicó los panes, no los pobres. Tampoco busco circunscribir esta reflexión al marco axiológico del catolicismo, del protestantismo o del luteranismo, ni a ninguna de las instituciones de la Cristiandad en general, sino más bien al Cristianismo, entendido como experiencia existencial profunda que acontece en la soledad del ser humano frente a sí mismo. (Kierkegaard, 2009)

Para los fines de esta argumentación será preciso, en primer lugar, afirmar que la historia de la humanidad debe ser entendida como la historia progresiva de la conquista de la libertad, y de la conciencia de esta. Tal es su meta, su fin último. Por eso vemos cómo, en la historia de los pueblos, se suceden distintas etapas o fases de su desarrollo, en cada una de las cuales la libertad se perfecciona por medio de la superación de sus propias contradicciones. Así, contemplamos que, en los pueblos de Oriente, la libertad era atributo exclusivo del Uno imperecedero, del Atman, y no del hombre concreto, quien yace preso en las cadenas de la ilusión. Pero en el mundo griego, en cambio, es donde la conciencia de la libertad del ser humano aparece por primera vez; libertad, sin embargo, limitada, defectuosa, pues se trataba sólo de la libertad de algunos, de unos pocos.

Es con el advenimiento del cristianismo cuando surge ya de forma plena en el acontecer histórico el principio de la libertad como atributo universal del ser humano. Dios crea al hombre libre, no sometido a ningún poder temporal, y por esto el hombre debe producirse a sí mismo, regir su destino a través del arbitrio de sus actos. En las epístolas de Pablo, cuya redacción no sólo precede a la de los “evangelios”, sino que constituye su corpus ideológico, encontramos este testimonio. La teología paulina es la buena nueva de la libertad. En Gálatas 5:1, se lee: «Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud.” De igual modo, en la primera Carta a los Corintios, 6:12, afirma: «Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna.»

Ahora bien, ¿por qué afirmé al inicio que en la doctrina trinitaria yace el pináculo de la libertad? La dialéctica hegeliana nos permite comprenderlo. Dios es, en primer lugar, Padre, lo universal abstracto, lo eterno encubierto para sí. Al mismo tiempo, Dios es Hijo, lo singular concreto, lo otro, sometido al tiempo y a la caducidad. Pero este ser otro, se sabe y se contempla a sí mismo, es la mediación de lo universal y lo concreto, la reconciliación de lo temporal y lo infinito, es, en suma, el Espíritu: ni lo uno ni lo otro, sino el conjunto. Por este proceso de mediación, el ser humano se hace objeto de sí mismo, alcanza su conciencia moral y puede dictarse principios que persiguen fines universales, regido por su propia razón y no por la imposición de un poder exógeno. (Hegel, 2013)

El Antioqueño más ilustre, el que tal vez encarnó con mayor vitalidad la libertad cristiana, fue el Maestro Fernando González, brujo sedicioso, herético, y sin duda uno de los mayores teólogos de la América del Sur. En medio de su filosofía de la presencia, de su mística vivencial, amó como amor descarnado a Antioquia, y no dejó nunca de cuestionar sus contracciones.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/julian-vasquez/

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