Amistad intergeneracional

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¿Cuántos años tiene el mayor de sus amigos?, ¿cuántos el menor?

En la niñez nos diferenciábamos hasta por semanas: “soy mayor que él” decíamos, sacando pecho, cuando la distancia podía marcarse en el mismo mes. Ya adultos, la diferencia de uno o dos años no se nota. 

Muy pronto aprendemos a limitar nuestras interacciones según intereses, gustos, prejuicios, creencias, condiciones económicas y edad. En vez de ampliarnos el horizonte, terminamos frecuentando a quienes nos parecemos y con quienes las diferencias, cada vez, son menores. 

Una preciosa salida a esa cómoda homogenización es tejer amistades con personas de edades distintas, aún en contextos socioculturales medianamente parecidos. La sabiduría reposada de los mayores aporta perspectiva; la energía de los más jóvenes, sorpresas y desenfado. 

En algunas épocas de la vida me he sentido más cerca de las mamás de algunos de mis amigos que de ellos mismos. Oír sobre las maneras como transitan la vida, conocer las causas de sus decisiones vitales; o sentarse con ellas, solamente a conversar de cualquier manualidad, tiene un efecto maravilloso porque el mundo se hace más grande. 

A veces pasa que se reconoce más fácil la capacidad de las otras madres que la de la propia. Sin embargo, otro aprendizaje al tener amigas mayores es que el corazón se hace más sensible y considerado con los propios amores. Saberse acogida por ellas es tener la certeza de que sus recibimientos son abrazos genuinos. Admirarlas es poco y agradecerles siempre se queda chiquito. 

La amistad con hombres mayores nació, como es de esperarse, en el ámbito laboral. Hoy llamo amigos a un par que eran profesores en mi época universitaria, incluyendo a mi socio, que también ha sido maestro de la vida. Con ellos, y con otros amigos mayores, hay una alta posibilidad de contrastar formas de pensar y de vivir. Aquí, lo que nos acerca también es el respeto por la diferencia. 

Y los amigos jóvenes ¡son una maravilla! La risa desenfada, la actualización musical, las conversaciones más profundas, las nuevas-viejas formas del coqueteo. El equilibrio tan magistral para transitar por la incertidumbre. 

Con amigos jóvenes los prejuicios más robustos se fracturan y eso genera un montón de brillo que ilumina las maneras de comprender el mundo. Los amigos jóvenes son alegría, son desparpajo. Lo ubican a uno porque ayudan a mantener las alas y la raíz. 

Con los amigos intergeneracionales hay espacio para la invitación de Fernando González, el viejo: “no aspiremos a ser otros; seamos lo que somos, enérgicamente”. 

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/

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