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Hace unos días, junto con un grupo de jóvenes que hemos estado asistiendo a una serie de conversaciones organizadas por No Apto, tuve la oportunidad de cenar con Alicia Mejía, fundadora de Inexmoda, Colombiatex y Colombiamoda. Estos espacios se han planteado con un objetivo claro: mostrarle a mi generación —tan escasa de referentes y guía— historias de personas con un testimonio que urge a la democracia en estos tiempos de crisis. Alicia no es solo un modelo del mundo de la moda a nivel nacional e internacional; es también la continuación de una herencia, la audacia y la cordura para enfrentar a los violentos, y la conciencia necesaria para una nueva generación de empresarios y líderes públicos.
Para entender a Alicia, hay que entender su origen. Nacida bajo el cielo antioqueño, nieta de don Gonzalo Mejía —empresario, soñador y filántropo—, se puede decir que heredó la pujanza, la visión estratégica, la tenacidad empresarial y el amor casi visceral por Medellín que caracterizaron a su abuelo. Ella, con su voz y carácter propios, es la continuación de ese legado. Alicia pertenece a esa generación de empresarios que ven más allá de la rentabilidad de sus negocios, conectándose con una región y sus necesidades para entenderla, impulsarla y renovarla; para ser, de la gente, un referente aspiracional, un símbolo ético y estético.
Fue testigo de cómo la ciudad en la que nació y creció se transformó en la más violenta del mundo. Ese lugar tranquilo, donde imperaban el valor del trabajo y la honradez, rápidamente se convirtió en la cantera de bandidos que mataban por la promesa de un caudal rápido e ilimitado de billetes. En la sinrazón de la brutalidad, en la incertidumbre agobiante de salir y no saber si se volvería a casa, en la frustración de sentirse vulnerable ante un monstruo con la capacidad de decidir sobre otros incluso la forma y el momento de morir, la reacción más cuerda parecía ser huir como fuera.
Pero no. Cederle, aunque fuera un milímetro de miedo, a “ese hijueputa de Pablo Escobar” era permitirle ganar. Alicia, con determinación, se quedó junto a otros gestores y políticos para intentar, desde la resistencia cívica, mantener en pie los cimientos de una sociedad que se desmoronaba por las bombas. En 1989, el peor año de nuestra historia, nació Inexmoda, el sueño de Alicia que, 35 años después, es una de las empresas de moda más importantes del país y la región. Alicia se empeñó en mostrarle al mundo que Medellín era mucho más que sangre y miseria; que en estas montañas la alta costura y la moda también tenían un lugar. Ante las balas, Alicia respondió con diseño, color y elegancia: una forma de resistencia ingeniosa contra la burda narcoestética. Hoy, Colombiamoda y Medellín resuenan tan prestigiosas e imponentes como la Semana de la Moda de Milán.
Qué privilegio enorme es escucharla; qué urgentes son sus reflexiones en momentos en los que se nos agota el discurso como ciudad y parece no existir un norte claro hacia el que, en algún momento, ella, Nicanor Restrepo, Fabio Echeverri, Alejandro Ceballos, Juan Felipe Gaviria y otros tantos nos condujeron. Medellín tiene una deuda enorme con Alicia Mejía. Ojalá siga confrontándonos con nosotros mismos, con nuestras contradicciones y fachadas. Ojalá también su carácter y experiencia encuentren buen relevo en las generaciones presentes y nacientes de empresarios.
Medellín necesita más Alicias: audaces, visionarias y comprometidas con reconfigurar el dolor en propósito. Su trascendencia no solo nos confronta, sino que nos obliga a construir un futuro digno de su ejemplo. Gracias, Alicia.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/