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Juana Botero

Algunas mujeres comunes son una revolución

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Para mi generación, los Millenials, las mujeres no hemos tenido suficientes referentes para esculcarles la vida en búsqueda de respuestas a nuestras propias preguntas. No hay tantas mujeres que muestren su libertad y que nos permitan ver sus más íntimas reflexiones, sus preguntas. No sabemos a qué le temen las mujeres libres porque no las conocemos.

Es cierto que estamos conviviendo entre las que, por primera vez, son algo que antes no podían ni aspirar. Las primeras CEO, las primeras mujeres con relaciones abiertas, las primeras que no se depilan las piernas, las primeras que abortan públicamente, las primeras que hablan de placer, las primeras que entregan su vida a la carrera profesional, las primeras que tienen hijos solas, las primeras que se drogan, las primeras que meditan, las primeras que marchan.

No somos completamente libres, estamos improvisando. Nosotras, que somos las primogénitas del tiempo de la libertad, no tuvimos hermanas mayores de las que heredáramos la ropa de la emancipación.

Muchas de las referentes feministas reconocidas públicamente no son modelos para todas. Tenían preguntas que ya vamos dejando de tener y que, aunque fueron revolucionarias para su época, van perdiendo vigencia. A las grandes les debemos la conquista de la voz, el mundo que nos permite profundizar más. Les debemos la honestidad y la crudeza de sus historias; y algunos finales suicidas. Pero muchas de nosotras no queremos morir por falta de historias cotidianas y no queremos tener finales heróicos: solo queremos sentirnos cómodas en nuestras pieles.

Cuando sea la regla e incluso resulte aburrido, entonces habremos conquistado algo más grande. El día en que nuestra propia cabeza nos deje de latigar por las cosas que pensamos y no sabemos expresar, o por sentirnos demasiado diferentes; ese día habremos ganado un lugar.

Si ella puede, yo también puedo. Si con ese cuerpo lo hace, yo puedo. Si viene de un pueblo y pudo, yo también. Si llora públicamente, yo también puedo. Si ella se corta el pelo, por fin puedo cortármelo yo. Si ella tiene sexo con quien le dé la gana, yo también puedo. Si la gente normal me regala un espejo para verme, entonces me miro y me muestro. Ver otras historias auténticas nos abre el camino a otras posibilidades, a lo que a veces nos habita, o a lo que siempre metemos debajo del tapete y que podríamos sacar.

Necesitamos más referentes, algo a lo que aspirar o simplemente la tranquilidad que surge de la identificación con otras. Algunas parecen ser comunes, pero basta verlas hablar o hacer para darse cuenta de que son extraordinarias.

Y aunque muchas no tuvimos referentes, aprendimos que la libertad se puede encontrar en pequeñas rebeldías o en grandes transformaciones. Podemos elegir la vida que nos plazca a nuestras anchas porque nadie la va a caminar por nosotras. Estamos aprendiendo que eso que no queremos ser o mostrar, tiene un lugar en esta tierra.

No somos una minoría, aunque no nos veamos. Somos muchas las que tenemos alma salvaje, libre, las que disonamos con lo que nos enseñaron, las que tenemos una voz crítica, las que no estamos cómodas con los roles que nos otorgaron o con la estética que nos impusieron. Somos miles que sentimos y miramos el mundo de manera diferente. Pero hay que aprender a mirarnos mejor. Hay que ver que algunas mujeres que parecen comunes, son una revolución.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/juana-botero/

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