El país pasa por una crisis de confianza en sí mismo y entre sus habitantes. Algunas cosas van mal, otras bien, pero la desesperanza parece tomar fuerza de nuevo.

No ayuda mucho la polarización extrema que alienta la aniquilación del otro, que no permite el diálogo sosegado para encontrar puntos medios que nos permitan avanzar. Todas las discusiones en nuestro país terminan en otra discusión, y ésta en otra, lo que nos mete en un bucle interminable que nos aleja de encontrar alguna solución a lo que nos afecta como sociedad.

Algunos políticos, empresarios y periodistas poco ayudan, pues ven en la rabia colectiva la base de sus utilidades electorales, económicas o reputacionales. Todos priorizan las malas noticias y se ha vuelto común que la principal forma de referirse a los demás sea de manera negativa. Entre ellos no ven puentes de entendimiento que señalen un camino a seguir; se les olvida -o poco les importa- que son personas claves en la conducción del rumbo que tomemos como país mientras se enfrascan en intrigas de serie de televisión.

Guerrillero hijueputa para referirse al presidente; mafiosos para nombrar a los empresarios; y sicarios con micrófono para mencionar a los periodistas, son términos que se volvieron de uso común en redes sociales, no permiten entablar ningún diálogo constructivo posible en el escenario de lo público y que, en el privado, están permeando las conversaciones entre familiares y amigos.

Hacer un listado de personas sosegadas en Colombia se volvió un ejercicio difícil, casi imposible. Nuestros líderes tienen mucha rabia, generan desconfianza y pesimismo.

¿Quiénes son hoy los referentes que llaman a la tranquilidad y estabilidad del país? Para recordar algún nombre me toca hacer un esfuerzo grande y dejar pasar muchas cosas, ser bastante laxo, para siquiera considerar a alguien.

¿Conocen ustedes a alguien que, con reconocimiento y poder de convocatoria, esté llamando a la calma? ¿a dejar a un lado la histeria colectiva? ¿a reconocer al “otro” como un interlocutor válido? ¿a comprender que nuestro país no les pertenece a unos u otros sino a todos?

¿Existen? Claro que existen, pero estoy seguro de que, si estuviera preguntando por un listado de personas que se levantan cada día a “incendiar” el país, el ejercicio sería fácil e interminable. Por eso hoy quiero poner el foco sobre los otros, esos que llaman a la tranquilidad, para hacerlos más visibles y referentes de nuestras conversaciones cotidianas.

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