Al otro lado del río

Al otro lado del río

Escuchar artículo

Al otro lado del río Táchira se despliega una extensa red familiar, conformada por Cardozo de tercera, cuarta y quinta generación, raíces y ramas de un árbol tan frondoso que no tengo certeza de cuán lejos llega.

Sé que tengo primos en Carabobo, en Aragua, en Zulia, en Mérida… Sé, también, que varios de ellos cruzaron el puente Simón Bolívar buscando las oportunidades que ya no encontraron en su tierra para buscar en esta orilla lo que antes le brindó Venezuela a sus padres, sus tíos o sus abuelos.

Algunos siguen aquí, trabajando, rebuscando, ganándose la vida como hacemos millones. Hubo otros que desandaron sus pasos y volvieron a Venezuela, porque la tierra hala y tal vez sepan allá mejor las arepas, o porque tal vez no es lo mismo un tequeño que un palito de queso, o porque la nostalgia te lleva a esos lugares donde viviste lo que te hizo feliz y quieres recuperarlo.

La migración venezolana se instaló en nuestras ciudades como antes la colombiana lo hizo en las calles y barrios de Caracas, Valencia o Barquisimeto. Hay venezolanos aquí y allá: en mi trabajo, entre mis alumnos, en la calle, haciendo su vida junto con nosotros. Mazamorra paisa el Chamo, leí esta mañana en un negocio de rebusque.

No estoy diciendo nada nuevo. Tampoco es nuevo el enojo que me impulsa a escribir esta columna, la rabia que me cambia el gesto, que me incomoda; y si no grito ni insulto no es por falta de ganas, sino una malentendida cordialidad que me hace guardar silencio.

Estoy hablando de esa aporofobia que se instaló tan fácil en el discurso de tantos, ese señalamiento acusador y gratuito para aquel que tiene un acento diferente, el dedo que indica al culpable, la lengua viperina que achaca de todos nuestros males a quien viene a rebuscarse la vida. Migrar, en parte, te pone en la mira de quienes pueden convertirte en víctima.

“Es que ese barrio se lo tomaron los venezolanos”, me dijo alguien, no hace mucho, para explicar que ese era un caserío inseguro, como si en este país y estas ciudades, donde el territorio siempre ha sido más grande que el estado, no hubieran existido siempre esos sitios abandonados a su suerte donde se instaló la ley del más fuerte.

Es que es lo más fácil: “Antioquia no será más el refugio para delincuentes venezolanos”, mandó a decir, imprimir y publicar el candidato a la gobernación, Mauricio Tobón, quien luego se deshizo en trinos intentando matizar su xenofobia.

No es exclusivo de lo más torpe de la derecha o de la más afinada politiquería. En 2020, la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, demostró que desde el llamado progresismo también se puede vender la idea —falsa por demás— de que nuestros problemas de seguridad vienen del otro lado de la frontera.

Ya entonces se había dicho: son colombianos los responsables del 96% de los delitos cometidos en el país. Puro talento nacional.

Si sos uno de esos que cree que en cada pana se esconde un criminal; si creés que en tu barrio sobran los venezolanos; si has pensado siquiera que la inseguridad de aquí es culpa del que viene de allá, te lo digo amablemente, revisate los prejuicios, amigo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

5/5 - (4 votos)

Compartir

Te podría interesar