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Me puse a echar cabeza y cuentas sobre las elecciones municipales. Desde que tuve cédula y derecho al voto, ejercí con consistencia la abstención en las elecciones municipales. No por pereza o desinterés. Sigo los detalles de la contienda, escucho las propuestas, le presto atención a los debates y hago cábalas sobre los posibles ganadores.

No es pues, como decía, desinterés. Lo que pasa es que en el fondo me dio siempre lo mismo. En mi recuerdo fueron bastante similares las administraciones de Juan Gómez Martínez, Ómar Flórez, Luis Alfredo Ramos y hasta el intrascendente Sergio Naranjo. Apenas diferenciables por saber en cuál de ellas se hizo tal o cual puente.

Para el año 2000, por ejemplo, cuando pude haber votado por primera vez para elegir un alcalde, no hallaba ninguna diferencia fundamental entre Luis Pérez Gutiérrez y el exalcalde Naranjo, que aspiraba a repetir en el cargo.

Tampoco voté en el 2003, cuando Sergio Fajardo finalmente logró su triunfo; ni en el 2007, cuando Alonso Salazar derrotó al aspirante a repitente Pérez Gutiérrez; y mucho menos por Aníbal Gaviria en 2011, cuando este le ganó también al insistente Luis Pérez y al exconcejal Federico Gutiérrez, que hizo campaña luciendo orgulloso su camiseta del Partido de la U.

No me moví de mi casa en la jornada electoral de 2015 cuando el renombrado Fico triunfó sobre Juan Carlos Vélez, porque, seamos sinceros, ¿¡qué de diferente había entre ellos?!

Sin embargo, caí en la trampa en 2019. En una campaña floja en candidatos y propuestas no me convenció el discurso torpe de Quintero ni sus ínfulas de independiente a la que se le notaban claramente las costuras, pero sí me movió la idea de evitar que triunfara el uribismo en cuerpo propio. Está visto, desde hace muchos meses, que fue un yerro. Un mea culpa democrático.

Medellín arrastraba —aún lo hace— una serie de problemas, pero el triunfo de Quintero no fue, ni de cerca, la solución. Ha sido como si a un paciente con anemia y colesterol alto lo trataran con quimioterapia. Todo mal.

Sin embargo, viendo a los precandidatos para reemplazar al mandatario, no me parece tan obvio, como me lo pareció antes, que eso que se podría denominar quinterismo (las redes para la repartija que se han instalado aquí y allá entre las oficinas de La Alpujarra y fuera de ella) saldrá fácil del poder. Y no porque se haya fortalecido o porque su discurso repleto de mentiras, como se ha demostrado hasta la saciedad, haya convencido a las mayorías, sino porque no lucen serios los aspirantes al cargo: concejales cuestionados, personajes caricaturescos, exsecretarios sin méritos suficientes…

Suenan también exalcaldes con ínfulas presidenciales y hay quienes lanzan trinos de auxilio para ver si entre el empresariado salta alguno que, recogiendo su alta estima, logra reunir a tirios y troyanos. Estoy descubriendo la rueda, claro: que a Medellín le hacen falta liderazgos que sirvan, por lo menos, para retomar el cauce. Pero por ahora, visto lo visto, se la están poniendo fácil a Quintero para dejar a uno de los suyos en el piso 12 de La Alpujarra.

¿A todas estas, dónde andará Compromiso Ciudadano?

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