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Les contaré dos historias que no tienen mucho que ver. Quizá sí.

Historia 1

Mi miedo es una pieza de ajedrez cuando el contrincante dice: Esa pieza no se puede mover. 

Creo que lo que más me ha costado aprender es que hay ciertos casos donde la respuesta es un rotundo, no. Me cuesta sentirme limitada en un mundo infinito y tan “lleno de posibilidades”. Me cuesta aceptar, que realmente, las verdaderas  posibilidades son para los afortunados. Las demás, las innecesarias, las poco trascendentales, le quedan a las mayorías.

Se han inventado tantas cosas. Le han puesto tantos nombres al mismo objeto, tantos títulos. Nos dan la falsa impresión de tener una elección, nos dan la falsa impresión de tener “mucho de donde elegir”, pero de qué sirven las opciones que carecen trasfondo; algo que bajo un nombre distinto sabe igual. No me interesa escoger entre ocho nombres en la misma vitrina, gritándome en sus colores y tipografías “únicas” que los escoja sobre los demás.

No me interesa planillar mi vida desde el consumo, desde lo que escojo por encima de eso otro, desde los lugares a los que voy o dejo de transcurrir, desde la marca en un objeto igual a cualquier otro.

Tanto de nuestras vidas se escurre entre nuestros dedos a punta de decisiones falsas.

¿A qué me refiero con decisiones falsas? A todo aquello que nos hace sentir un falso direccionamiento, como un faro en la tormenta que nos guía el camino, pero es un faro imaginario y damos vueltas en círculos hasta el naufragio.

Esas pequeñas decisiones del día a día que nos hacen sentir en control, cuando no podría ser más lejano de la realidad. Cuando nos emocionamos por encontrar aquello que queríamos comprar, porque ‘coincidentemente’ nos salió el ad en facebook. Cuando nos enorgullece escoger el ítem ‘perfecto’ tras comparar tres exactamente iguales.

Por otro lado, están las que nos convencen socialmente que son trascendentales. Qué libro leer y por qué es de suma emergencia escogerlo ya y leerlo de inmediato. A qué colegio meter a los hijos, como si fuese el fin del mundo cambiarlos en dado caso. Por qué es indispensable que todo aquel en un círculo social próximo vote por el mismo candidato. Cuantas calorías consumir y cómo criticar las que consume el prójimo. Qué opinar frente a los chismes emergentes de personas conocidas.

Nos enfrentamos a dos venenos simultáneos; el veneno de todo poderlo opinar, y el veneno de todo quererlo influir.

Queremos creer que paso a paso por nuestras decisiones mundanas llegaremos al futuro. Pero realmente llevamos estancados en un presente continuo y seguiremos ahí toda la vida. Siempre es hoy. Siempre será hoy. Eso debería reconfortarnos lo suficiente como para dejar de darle tanto tiempo, mente y espacio a decisiones innecesarias.

Me he inventado un hábito: A cada comentario innecesario, decisión poco profunda, opinión prescindible, le otorgo cinco segundos. Y solo cinco. Nada más. Si en cinco segundos no puedes corregir algo, no es una crítica constructiva. Si en cinco segundos no puedes elegir un ítem, eres esclavo del sistema. Así de simple.

He ahí mi receta para dejar de sentirme en jaque. Hay que recordar que nuestras vidas, realmente, no son tan importantes. Hay que dejar de pensarle tanto a la marca del café.

Historia 2

Mi miedo es una pieza de ajedrez cuando el contrincante dice: Esa pieza no se puede mover. 

Estaba saliendo del trabajo hace ya unas semanas. Parte del refrigerio habría sido un cruasán y un dedo de queso. No tenía apetito. Me habían dejado ambos empacados para llevar a casa.

De salida, me topo con un señor, descalzo y con la ropa vuelta hilos, recostado en el piso contra una pared cubierta de grafitis. Me sonríe, pero es una sonrisa noble, como queriendo bendecir mi día.

Inmediatamente, recuerdo mi merienda. Sabía que llegaría a mi hogar a robar espacio, espacio innecesario.

Pequeñas decisiones.

Pequeñas decisiones, me repito a mí misma. Mi pareja insistiendo que no me baje del auto. Estas son las verdaderas pequeñas decisiones. Estos son los verdaderos momentos en los que no me quiero sentir en jaque, y no debería. Me bajo sin pensarlo dos veces, con el corazón en las manos. Corro la media cuadra que ya habíamos logrado avanzar. Se lo entrego en la mano. Se la sostengo un segundo más. Me gusta cuando decido cosas por mi cuenta.

Me transporto meses antes, cuando un ‘pare y siga’ me dejó frente una autopista por Manizales llena de basura. Me pareció curioso que las encargadas de dicha logística aprovechaban del ‘pare’ para caminar por la orilla y recolectar basura.

Mis manos empezaban a cosquillear.

Yo quería ayudarlas.

“No”, me decía mi acompañante. Era lógica la respuesta, en cualquier momento voltearían la señal de ‘siga’ y Penélope sería el primer nombre del trancón.

Pequeñas decisiones.

Salí del carro de un brinco, con el corazón en las manos. Le pedí a la señora que me diera una bolsa de basura y que me avisara con tiempo cuando fuese hora de partir.

Con la adrenalina más grande, recogí todo lo que me cupiera en las manos, era mi propio reto personal ver qué tanto lograba recoger en ese margen de tiempo. Sabía que la diferencia no sería mucha, pero algo sería. Quizá de este pecho pa’ afuera no fuera un gran cambio, pero de este pecho para adentro se sentían todo tipo de incendios.

Pequeñas decisiones. Verdaderas decisiones.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/penelope-ashe/

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