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¡Ah, qué gente tan crédula!

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A estas alturas el asunto está más que masticado, pero a mí me sigue dando vueltas. Para cuando usted lea esto, estimado lector, extrañada lectora, ya sabrá que Geraldine Fernández reconoció que lo suyo fue una mentira, que ella está lejos del niño, de la garza, de los estudios Ghibli y de Hayao Miyazaki… Pero no es del síntoma que quiero hablar, sino del mal. O de los males, porque son varios.

A la par con los memes sobre Geraldine, surgieron las preguntas dirigidas hacia los medios de comunicación, a sus procesos de verificación, hacia sus formas de trabajo, hacia su modelo de contratación y, claro, sobre la gran culpable: la tiranía del clic. ¡Pero cómo es posible!, se preguntaron muchos. ¡Pero qué tontos!, dijeron otros.

Algo de todo hay allí. Cualquiera que haya pasado por una facultad de comunicación escuchó que algún docente señalaba a los periodistas navegamos en un mar de conocimiento con un centímetro de profundidad. Ese mar es cada vez más grande y esa profundidad es quizás menor.

Quién lo diría, pero los periodistas somos gente crédula. Hay ejemplos de sobra. Risibles unos, como el caso de Alejandro Ferrans Altahona y Liliana Cáceres. Ella hizo creer que estaba embarazada de sextillizos u octillizos o nonillizos. Él cargó con el remoquete de “macho’e’trapo” cuando se vino al suelo la patraña. La historia de su embarazo fue noticia nacional, como también lo fue cuando se supo la verdad. Hubo quienes pidieron certezas, pero otros que publicaron sin dudar nada sobre aquella barriga gigantesca.

A otros el “engaño” les duró más tiempo. Sobre el científico colombiano Raúl Cuero se publicaron extensos perfiles y largas entrevistas en las que, incluso, se le preguntaba por sus posibilidades de ganarse un premio Nobel. Parecía que no hubiera un solo periodista que dudara de los logros científicos que Cuero contaba de sí mismo. O que se animara a publicar sus dudas. La caída de ese ídolo con pies de barro de la ciencia nacional llegó de la mano de un investigador. Fue un ingeniero y agrónomo quien se tomó el trabajo de poner por escrito sus dudas al respecto y hacer lo que los periodistas (algunos con años de experiencia) no hicieron: corroborar.

Pasó también con Jorge Reynolds. Durante años repetimos aquí y allá que este colombiano había inventado el marcapasos. ¡Un colombiano! Solo en 2019, luego de panegíricos y entrevistas (tantas como las de Cuero) un par de periodistas de El Espectador dijeron “un momento” y revisaron ese gran logro de Reynolds para ponerlo en perspectiva.

Ya se ve, la grandilocuencia patriotera puede ser un factor común. El primer colombiano que… A los medios les gusta poner negrilla y subrayado sobre ese tipo de historias, sin pararse a pensarlo dos veces.

Pero errores de ese estilo pasan en grande y en minúsculo: recuerdo que un colega publicó una nota sobre un ingenioso personaje capaz de darle forma a una máquina que ¡creaba energía! Al otro día un lector muy acucioso nos recordó en una carta que la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma.

Yo mismo —para que no se crea que vengo solo a despotricar del prójimo—, como editor en un periódico, dejé pasar la historia de un productor de la National Geographic que andaba buscando locaciones en Antioquia. El hombre era un timador y andaba gorreando estadías en hoteles y comidas en restaurantes con ese cuento, del que nos enteramos luego. A ninguno se nos ocurrió pedirle un contrato firmado que confirmara la veracidad de su cargo.

Algo falla: el instinto curioso o la duda profesional, no sé, pero fallamos y entonces las Geraldine Fernández aparecen en titulares y primeras páginas.

Pero no es solo eso, claro que no. Es cierto que el modelo Semana de producción en serie de noticias —que han replicado otros medios en su guerra por la torta de la publicidad digital— ha logrado que se publique información no verificada (cuando no desinformación monda y lironda).

Hay reporteros inexpertos y otros curtidos tras años de experiencia cumpliendo con cuotas de notas diarias, sin tiempo para reflexionar sobre el oficio.

Hay quejas que pasan de generación en generación dentro de las salas de redacción, que señalan a los nuevos periodistas de leer y saber menos que aquellos que los precedieron. Y son ciertas, claro. Hay poca especialización y los periodistas toderos son los que navegan en ese océano poco profundo, sin notar que la cifra de 25.000 fotogramas era la punta del iceberg contra el que se estrellaría esa gran noticia. Hay problemas de calidad en los medios de comunicación, eso es cierto, y entre los errores, las noticias falsas y los juegos de poder han ido perdiendo la confianza del público. ¡Mala cosa! Porque le va quedando el camino abierto a los que pescan en río revuelto para decirles cualquier cosa al otro montón de crédulos que puebla el mundo, porque no se me olvida que, no hace mucho, dieron por cierto que los pájaros eran drones con los que nos espiaban los gobiernos.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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