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En el calendario litúrgico cristiano el adviento es la preparación para el nacimiento de Jesús, que se celebra en la noche buena. Adviento viene del latín adventus y significa venida. No soy una persona religiosa, pero esta palabra me parece tan bonita que decidí investigar un poco sobre su origen y significado para dotarla de mi propio sentido y encontrarles a estas fiestas y actividades decembrinas un propósito superior.

¿Porque que son aquellas cosas que esperamos sino un motivo para celebrar nuestros propios advientos? Estamos abocados a lo que viene, aunque no sepamos qué es ni de qué forma vamos a recibirlo. El adviento es un periodo de veintiocho días, lo mismo que dura el ciclo menstrual de una mujer. Una época de preparación que no es más que la vida misma que se nos va desplegando como una baraja de cartas ante nosotros sin conocer su desenlace, pero con la firme intención de jugar, de darlo todo y abandonarnos al azar.

Todo aquello que esperamos, anhelamos o con lo que soñamos es una especie de adviento. Y qué bonito mantener nuestro corazón dispuesto a recibir, sin minimizar los retos que surjan en la vida, pero sí poniendo la atención en aquello que podemos ganar más que en lo que vamos a perder. Porque claro, vivir es una experiencia ambivalente. Cuando algo llega otra cosa se va, y cuando algo se va es porque otra cosa ha de venir.

El adviento, como ya lo dije, es la vida misma, la existencia en su curso natural, la esencia de existir y de ser. Ya en 1855 lo describió el poeta Whitman: “Soy inmenso. Contengo multitudes”.

Este año anduve caminos escarpados y al mismo tiempo reveladores, maravillosos y sorprendentes, por los cuales jamás pensé transitar. Nunca he sido una romántica de diciembre ni de la Navidad. Las razones darían para escribir un libro completo. Pero si algo me han dado los años, es la capacidad de mantenerme atenta y vulnerable, de aceptarme en cada cambio, aunque me asuste.

Hoy cierro este año de escritura invocando un adviento sereno y amable, abriendo cada partecita de mí para darme la oportunidad de recibir con entusiasmo lo que el Universo, Dios y mis ancestros hechos polvo de estrellas —a quienes les rezo— quieran traerme. Hoy confío en la venida, no de un salvador de la humanidad, sino en aquello que a mí me sostenga, me muestre el camino y me renueve.

¡Felices fiestas para todos! Nos leeremos en el 2024.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/amalia-uribe/

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