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Manuela Restrepo

Adultocentrismo

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Un movimiento en masa en redes sociales. Miles de llamados al Ministerio de Educación y de Salud, políticos de todos los lados, famosos, no famosos, padres, madres y cuidadores, voces que se alzaron por aquí y por allá, médicos, epidemiólogos, docentes. Todos lo logramos, a partir del 15 mayo, los niños tampoco tendrán que usar tapabocas en sus aulas de clase.

No soy médica, ni epidemióloga ni pretendo serlo. No voy a opinar en este espacio de porque es mejor o peor para el control de una pandemia que los niños no usen tapabocas, ni tampoco voy a hacer referencia a picos de enfermedades respiratorias ni a tasas de contagio. Este escrito es solo un llamado a no olvidarnos de los niños, niñas y adolescentes, de su presencia y lugar en nuestro mundo, en nuestra sociedad y recordar siempre que sus derechos son tan importantes como los de nosotros los adultos. Este escrito no es más que un llamado a no olvidar su voz, porque ellos no la pueden hacer valer por sí mismos.

En la jerarquía de nuestra sociedad, los adultos nos hemos tomado el poder de manera hegemónica. Es nuestra visión del mundo la que prevalece, y son nuestras opiniones y razonamientos los que direccionan la vida en comunidad.

Los adultos nos convertimos en los reyes de la humanidad desconociendo abiertamente los demás grupos etarios. Las ciudades están diseñadas para nosotros, para nuestra generalizada facilidad de movimiento, para nuestro tamaño promedio, para nuestras necesidades. Las políticas las creamos nosotros pensando en eso que nos favorece, en el futuro que pretendemos crear según nuestra visión de la vida. Las reglas de convivencia son impuestas por nosotros según lo que consideramos correcto o incorrecto, según lo que nos molesta o nos incomoda y en todo caso para preservar nuestra preciada tranquilidad.

Tratamos a los niños, niñas y adolescentes como simples adultos sin desarrollar, como seres carentes de dignidad, de visión, de valor en sí mismos. Sus opiniones son para nosotros ruido y las invisibilizamos bajo mandatos como “aquí el que mando soy yo”, “mientras vivas bajo mi mismo techo, cumples mis órdenes” , “eres muy chiquito para entenderlo” o “cuando crezca, opina”. Imponemos nuestra voluntad adulta sin escuchar sus puntos de vista, sin intentar ni siquiera ser empáticos con sus sentires y esperamos su respeto hacía nosotros fundamentado en un simple temor reverencial.

Los niños, niñas y adolescentes no tienen una voz propia en las agendas públicas, en los debates de estado, en la defensa de sus derechos y libertades y les corresponde, sin ninguna otra opción, esperar que algunos adultos menos egoístas tomen su vocería para defender su causa. Y si esto no sucede, no les queda mas que adaptarse y soportar el agravio a su propio ser sin posibilidades de resarcimiento.

En la medida en que como adultos logremos a partir de la escucha activa y consciente, hacerlos participes de las decisiones que nos incumben a todos, acompañarlos en su educación y desarrollo con límites amorosos y respetuosos, visibilizar sus necesidades,  y defender sus derechos, nos encaminamos en la construcción de una sociedad más empática, incluyente y diversa.

El primer decreto del gobierno nacional expedido esta semana sobre la eliminación de la obligatoriedad de uso de tapabocas en TODOS los lugares cerrados, MENOS en las aulas de clase y espacios educativos es entonces solo una muestra más de nuestro profundo desinterés por las necesidades de nuestros niños.  Desconoció el gobierno su derecho a desarrollarse, a la interacción, a la educación. Permitió el gobierno que prevaleciera nuestra comodidad adulta en fiestas, conciertos y cines a la de los niños en ambientes de aprendizaje. Puso por encima nuestros intereses y nuestro cansancio de la pandemia y olvidó que los más pequeños también tienen derecho a un respiro profundo, fresco y sin barreras de tela.

Esta vez logramos reversar la decisión y velar por los derechos de nuestros niños, niñas y adolescentes, pero mientras como educadores no los empoderemos de su gran voz, no reconozcamos su posición en nuestra sociedad y no los hagamos verdaderos sujetos de dignidad y derechos, no dejaremos de vivir en este mundo creado por y para nosotros, los adultos.

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