Escuchar artículo
|
Qué hartera. Me cuesta hacerme a la idea de pasar 4 años con un presidente a quien se le ha concedido por votación popular la potestad de regañar e insultar a la ciudadanía, los medios de comunicación o al congreso. Se me heló la sangre viendo cómo este candidato que aspira a la presidencia se da el lujo de maltratar a los, pero principalmente a las mujeres periodistas.
El vaticinio de tener que ver a alguien en el poder descalabrando a quienes quieren ejercer el periodismo se nos viene de frente. Un periodismo censurado es sin duda la primera señal de dictadura. Ninguna pregunta le cala, todo le molesta, y la estrategia principal es subestimar la inteligencia de quien formula una pregunta, contestando con regaño. Quiere intimidar cuando le sacan los trapitos al aire, Intimida y pordebajea la búsqueda de respuestas de quien, en el ejercicio de su profesión, tiene como mandato la búsqueda de la verdad.
¿Es esto acaso una señal de lo que tendremos que aguantar como ciudadanía y como gremio en los próximos 4 años? Por un lado, un periodismo cuestionado, vituperado por pretender cumplir su función, discutido por lo que en esencia debe ser y hacer es ya un mal indicio.
Pero por otro, el temor de que se vuelva costumbre que quien gobierne se sienta con el derecho de denigrar, principalmente a las mujeres periodistas, y a la ciudadanía que en su mayoría, por resumen de votos, tendrá en oposición a su propuesta de liderazgo y de las decisiones que tome en adelante. Bastante miedo da también que, en sus esporádicas afirmaciones bajo rabieta, se asume a nombre propio como adalid del Estado, porque encarna en sí mismo las instituciones, porque es él en cuerpo y ropa la autoridad. ¿Quién discute frente a alguien que se siente con todos los poderes en el bolsillo y que se asume como el modelo de transparencia?
En apariencia se está dejando ver como un “progre”. Pero el mono, aunque vista de seda, mono se queda. Los Twits dicen una cosa y su boca otra. Al menor descuido del amparo de su equipo de Community Managers y estrategas, es inevitable que saque a relucir su esencia de abuelito regañón, porque no puede contener su sobrevaloración de las tradiciones, su pensamiento conservador, apenas lógico con la época en la que vivió su generación y bajo los métodos de crianza de sus tiempos. Y no es por la edad. Otras personas veteranas en el poder en otras latitudes han sabido administrar su sabiduría acumulada y han abierto espacios de reconciliación, de saberse por encima de muchas situaciones que no vale la pena repetir. Qué delicia hubiera sido tener un candidato entrado en años con la conciencia de aprovechar la historia para proponer soluciones, de promover formas de conciliar las diferencias. Pero nos tocó uno que se infantiliza cada vez que hace pataleta pública, lanzando improperios por doquier porque algo simplemente le contradice.
Ahora sus estrategas se esfuerzan en convencer a punta de discurso apocalíptico, que lo pasado fue mejor y hay que embutirlo como sea en las nuevas épocas, a pesar del avance en el reconocimiento de los derechos de las poblaciones que tradicionalmente callaban, y que ahora van tomando poco a poco, a pulso propio, el derecho de opinar y de decidir. Se trajeron el discurso trasnochado de la corrupción, cuando ha lanzado piedras contra el mismo sistema que le ha hecho uno de los hombres más ricos de su región.
Se presenta como regañón e irrespetuoso, y a la gente le hace gracia. Esto es aún más preocupante. Cuando los medios o la ciudadanía le interpela o le cuestiona, lanza esas reacciones apenas esperadas de un hombre que ha cosechado autoridad por su poder económico, que el respeto lo ha ganado a los golpes y los gritos. Cuántas correteadas con correa en mano habrá emprendido, para meterle a la fuerza en la consciencia a otros y otras de que su posición es la válida y la mejor. Sin asomos de espíritu conciliador, no me quiero imaginar estar viendo una alocución presidencial en la que, investido con autoridad de patrón, mande a callar, ofenda y ridiculice a quien le contradiga o no le “haga caso” en vivo y en directo.
Con los avances en derechos humanos y en el ejercicio de la democracia que a duras penas hemos logrado, a pesar de todo lo que hemos vivido como país, si la balanza se inclina a su favor, nos va a tocar aguantarnos a un abuelito regañón e irrespetuoso por cuatro años, que no quiere entender que los tiempos han cambiado y que la diversidad y los excluidos también pueden opinar y votar. Por el otro lado también hay temores, pero por lo menos sabremos a qué atenernos. ¡Que entre el diablo y escoja!