“Somos un gran experimento —y nos aterra, pero sabemos que no tenemos más remedio.” 

Martín Caparrós

Nadie quiere que muera un bebé, así no haya nacido, así sea un embrión sin historia. Pero hay que partir de realidad y no de idealismo, saber que somos un experimento constante, que hacemos lo mejor que podemos. 

Hay que pensar, también, que no debe haber una soledad más profunda, una sensación mayor de abandono, que la de una mujer que se ve obligada legal, sanitaria y moralmente a tener un hijo que no desea o que siente que no puede tener. El mundo se debe venir abajo y, de repente, lo que a fuerza de lucha había alcanzado a ser esperanza, pasa a ser un lodazal.

Hay que preguntarse qué es una vida. ¿Es respirar y que unos órganos funcionen en conjunto? Tal vez desde el punto de vista biológico, pero no desde el humano, que se adentra en lo que abarca la existencia, y por eso filósofos, escritores y artistas han reflexionado durante milenios sobre qué es y para qué vivimos, y han intentado expresarlo de las formas más diversas, bellas y dolorosas, en busca de sentido, de consuelo, de norte.

Definitivamente vivir no es solo respirar. Sobre la base biológica se construye una historia, hay una lucha permanente. Por eso la vida de una mujer en embarazo debe primar siempre sobre la de un embrión, que es apenas una maravillosa posibilidad de existencia, pero no un imperativo del universo que prevalezca sobre las circunstancias de quien enfrenta batallas cada día. 

Con un embarazo hay dos que cambian radicalmente: la madre, que pasará a un segundo plano para siempre, y el bebé, que no escogió nacer y llega por decisión bajo la responsabilidad de otros. Es la mujer la que, tras haber nacido sin escogerlo también, lleva años buscando su camino, levantándose a sacar lo mejor de sus posibilidades para sostener esa existencia, que a veces se hace difusa. 

Piensa por unos segundos en una mujer que ames, que admires. Piensa en la maravilla de su complejidad y en la injusticia de que tuviera que desdibujarse por la casualidad —o el error— de un encuentro biológico. Porque somos humanos y erramos todo el tiempo. Somos un experimento.

Es que defender la palabra ‘vida’, sin más, es olvidarse completamente de la mujer y de su existencia y su historia y su lucha, y pasar por alto el futuro de millones de bebés socorridos desde la irresponsabilidad que da la lejanía. ¿Cuál es la medida de esa defensa? Respirar es humano si la base es la dignidad. Si no, es supervivencia. Debe ser digna la vida de la mujer antes y después de convertirse en madre, y debe ser digna la posibilidad de existir del bebé que no ha nacido. Si, sobre la base de su experiencia, sus circunstancias, su presente y el horizonte de su futuro, la mujer no siente que así sea, tiene el derecho a continuar la construcción de su historia como mejor le parezca.

Que muchos de quienes se declaran ‘provida’ y exigen que nazcan todos los bebés sin más consideraciones sean los que protestan contra el matrimonio y la adopción por parte de parejas homosexuales es una hipocresía inadmisible que solo demuestra la superficialidad de su alegato, el sinsentido. Y las sociedades que construyen sus acuerdos sobre sinsentidos, se convierten en sociedades sin sentido.

Ya el sistema nos posee de demasiadas maneras. Todo hay que reportarlo, todo es observado y controlado y seguimos un montón de reglas que tantas veces ni siquiera entendemos. ¿Pero meterse al cuerpo de una mujer para obligarla a tener un hijo? Enfermedad, violación, inestabilidad económica, entorno violento, momento equivocado o la simple convicción de no querer ser mamá… No me imagino semejante intromisión en las entrañas, en el alma. 

Al prohibir el aborto se atenta contra la libertad. ¿En serio defendemos la vida para obligar a vivir sin libertad?

No invisibilicemos el universo entero y la complejidad que alberga cada mujer que se enfrenta a desarrollar otro ser humano en su cuerpo. Nadie se hace daño por dentro por gusto ni desea eliminar la posibilidad del mayor amor porque sí. Serán la libertad y la dignidad las que nos permitan construir sociedades más armónicas y más llenas de paz; serán los niños creciendo en hogares dignos en los que fueron deseados los que conformen esas nuevas generaciones que comprendan mejor el sentido de la vida —como existencia, no como biología— para protegerla. 

“El amor es una alegría unida a la idea de su causa”, dice Spinoza en el libro III de la Ética.

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