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En Colombia, las mujeres interrumpen voluntariamente el embarazo por muchas razones, pero la gran mayoría lo hacen por condiciones de pobreza, por razones económicas y laborales.
Es el miedo a no tener con qué subsistir y con qué criar a un hijo, y el temor a perder el empleo por el embarazo, lo que lleva a muchas mujeres a tomar semejante decisión, una por cierto dura para el cuerpo y para la salud mental. Afortunadamente hoy no lo tienen que hacer en la clandestinidad gracias a la sentencia de la Corte Constitucional que despenalizó la interrupción voluntaria del embarazo; sin embargo, a la discusión le queda mucha tela que cortar.
Avanzamos con la despenalización, pero ahora que podemos tener más información sobre las razones que llevan a las mujeres a tomar esa decisión y que podemos por fin superar la absurda discusión de la autonomía sobre de cuerpo, es importante profundizar en las causas.
El hecho de que la pobreza y la manera como funciona el mercado laboral sean la causa principal para abortar, es lamentable. Nos equivocamos como sistema si en éste no cabe la idea de la vida.
El hambre, los salarios miserables, la discriminación de la mujer fértil en los entornos laborales y el costo que supone existir, están haciendo que se pierda la tendencia natural a la preservación de la vida que tenemos como especie. Nadie quiere traer hijos al mundo porque el mundo que creamos está matando la esperanza, y si se pierde el futuro, lo estamos perdiendo todo.
Por otro lado, la crisis ambiental, o más bien, el abordaje sobre la crisis, agudiza la pérdida de la esperanza en la vida. En otras latitudes, las razones para el decrecimiento de la natalidad, aunque también estén asociadas al costo de vida, tienen además un componente de ansiedad sobre el futuro por la no viabilidad de la vida en el planeta; la generación en edades fértiles tiene, en muchos casos, ecoansiedad, algo es obvio si seguimos difundiendo la idea de que somos demasiados y que somos un cáncer para el planeta.
Es apenas lógico que nadie quiera reproducirse en la imposibilidad. La pregunta es si realmente es imposible o si son muy pocos los que están decidiendo sobre sistemas de producción que privilegian a pocos, aunque maten la esperanza de la vida.
Parece que no solo van a ser los desastres naturales los que acaben con la especie humana, sino que nosotros mismos dejaremos de reproducirnos por miedo, por pobreza, por hambre, por la locura de nuestra propia creación: un sistema de capital que privilegia a unos sobre otros y que, sobre todo, valora más el dinero, la acumulación, el desperdicio, lo plástico, lo desechable y lo veloz que el goce de la naturaleza, la vida en bienestar y en comunidad.
El sistema que creamos aniquila la vida en todos los sentidos. Si las mujeres no quieren tener más hijos, la especie va a llegar a su inevitable extinción. Por eso, hacer de la vida el centro y mantener un planeta viable es una agenda urgente, algo que sabemos desde hace ya demasiado tiempo.
Además, debemos preguntarnos a fondo por el mercado laboral, uno que sigue discriminando a las mujeres, que les mata la idea de maternar. Parece que el sistema laboral aniquila la vida. Las mujeres más pobres saben que no tienen oportunidades si quedan embarazadas, que no las contratan cuando quieren tener familia, pero las mujeres con más privilegios también reconocen en la maternidad un obstáculo para el crecimiento.
Llegó el momento de darle más relevancia a la economía del cuidado que tiene en el centro la vida, toda la vida, pero sobre todo que hace énfasis en las mujeres y la naturaleza, de lo contrario habremos abortado la esperanza voluntariamente.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/juana-botero/