¿A quién le importa la desigualdad?

Hablar de que Colombia es uno de los países más desiguales del mundo se volvió paisaje. Una realidad tan compleja y desalentadora, que debería ser objeto de debate permanente en la agenda pública, ha terminado por normalizarse.

El reciente informe presentado por el Nobel de Economía Joseph Stiglitz para el G-20 —el grupo de países más desarrollados del mundo— vuelve a poner sobre la mesa las profundas disparidades que enfrenta la humanidad hoy. Con información que abarca el periodo 2000–2024, la conclusión es contundente: la desigualdad en la distribución de la riqueza global ha aumentado, mientras varios indicadores sociales se han deteriorado. Entre ellos, la inseguridad alimentaria moderada o grave, que afecta actualmente a una de cada cuatro personas en el planeta, con un incremento de 385 millones de personas desde 2019. En otras palabras, más de siete veces la población colombiana sufre carencias alimentarias de manera frecuente.

El quid del asunto es que la desigualdad, en sí misma, no sería un problema prioritario si todas las personas pudieran acceder, sin excepción, a un nivel básico de vida digno. Sin embargo, el estudio muestra que la concentración de la riqueza en pocas manos se profundiza, al tiempo que un porcentaje significativo de la población carece de los recursos mínimos para satisfacer sus necesidades fundamentales. De ahí la propuesta de crear un Panel Internacional sobre Desigualdad, que permita dar seguimiento sistemático al problema, comprender sus causas y avanzar hacia soluciones efectivas.

En Colombia no contamos con cifras oficiales sobre la distribución de la riqueza, pero sí sobre los ingresos, y los datos confirman nuestra posición entre los países más desiguales del mundo. Según el Banco Mundial, en 2024 solo catorce países registraban un índice de Gini superior a 0,5 —indicativo de condiciones estructurales de inequidad—, y Colombia, con 0,539, figuraba entre ellos, seguida de cerca por Brasil (0,516).

El país no ha logrado avances significativos en materia de igualdad de ingresos en más de una década. De acuerdo con el DANE, el Gini pasó de 0,546 en 2012 a 0,551 en 2024. Y si este índice se aplicara a la riqueza o a la tenencia de la tierra, la brecha sería aún más alarmante.

Pese a la gravedad de estas cifras, la desigualdad parece no ser prioridad en la definición de políticas públicas. En varios escenarios, ciertas élites insisten en minimizarla, argumentando que el aumento del empleo en los últimos años refleja mejores condiciones sociales. Sin embargo, aunque Colombia ha reducido la pobreza general —casi diez puntos porcentuales entre 2012 y 2024, hasta ubicarse en 31,8%—, el avance ha sido mucho menor en la pobreza extrema: aquella que mide únicamente los ingresos necesarios para adquirir una canasta básica de alimentos. En este indicador, el país pasó del 13% al 11,7% en el mismo periodo. En términos absolutos, seis millones de colombianos no tienen ingresos suficientes ni siquiera para alimentarse. Si esta realidad no nos preocupa como sociedad, desde un punto de vista ético, deberíamos revisar a fondo los cimientos morales sobre los que estamos construyendo nuestra vida democrática.

Un vistazo a las variables que más inciden en la pobreza multidimensional permite comprender que su persistencia se origina en las condiciones desiguales de acceso a empleo y educación de calidad. Las carencias más comunes en los hogares colombianos están asociadas con el trabajo informal, el bajo logro escolar, el rezago educativo y el desempleo de larga duración.

La preocupación por la desigualdad importa, y mucho, porque es la que impulsa en la agenda pública las reformas estructurales necesarias para lograr transformaciones sostenibles en el mediano plazo. Reformas como la pensional, la laboral o la de salud —planteadas hace más de quince años— siguen sin consolidarse. Y qué decir de una reforma de fondo al sistema educativo, que ni siquiera se ha formulado. Nos ha tomado demasiado tiempo interiorizar la necesidad imperiosa de avanzar hacia una sociedad más equitativa, no solo en oportunidades, sino también en resultados.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/piedad-restrepo/

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