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“¿Es esto la vida? ¿Acostumbrarse a cosas que son intolerables?”

El cuaderno dorado. Doris Lessing.

Hace poco escribí sobre la recuperación de una reinita de fuego que se chocó con una vidriera de mi casa y, al final de la tarde, voló. Días después se golpeó otra, que murió tras media hora resguardada en la cajita que le puse para descansar. Su quietud repentina me hirió, me pesa todavía. Cargué su cuerpecito inmóvil y lo puse en la base de un árbol, estremecida por esa muerte antinatural tras viajar tantos kilómetros a pasar unos meses en un clima cálido. Y pensé en mi ventana y en los millones de ventanas atravesadas en el mundo, en lo que hace el artificio contra la belleza y la vida.

Así que, entre lágrimas, le pedí perdón al dejarla junto al árbol. Pensé en mi sufrimiento y en lo que sentirá un ser humano al matar a otro. Un hombre cuando mira a los ojos del niño que queda solo, delirando de dolor, la soledad como un puñal y el futuro como un vacío infinito. La lejanía del perdón. Entonces evoqué la certeza de la indiferencia —incluso el asco— de muchos ante un pájaro herido. “De repente, me ha parecido que o yo estaba loca o eran todos ellos los locos”, escribe Doris Lessing en El cuaderno dorado.

Me pregunto a qué estamos dispuestos con lo que hacemos de la vida. Si, por ejemplo, al vivir entre un jardín para estar más cerca de los pájaros, estoy dispuesta a que mis ventanas se les atraviesan y a, de vez en cuando, llorar la muerte de la belleza en mis manos. Me pregunto si quien dice defender el derecho de su pueblo a un territorio en paz está dispuesto a ahogar en sangre a otro pueblo en el camino. Cuál es el precio no desgarrador de las cosas.

“Recordó que la vida es una lucha constante contra la gravedad, que tira de nosotros hacia abajo; la vida es una fuerza ascendente que eleva a cada planta y a cada bestia de la tierra (y lo mismo se puede afirmar de la evolución moral de una criatura, que la aparta de sus instintos primordiales hacia una consciencia más elevada)”, escribe Hernán Díaz en A lo lejos.

“¿Mataste bastantes japoneses?”, le pregunta un niño expectante a un soldado norteamericano en la serie El Pacífico, con la certeza de que una respuesta afirmativa constituye el éxito, el ejemplo de lo que él mismo querría poder hacer. Deberíamos tener más cuidado con las acciones que encumbramos porque son la construcción de aquello a lo que estamos dispuestos. Son el futuro y, como dijo el escritor Diego Fonseca, «hemos arruinado el futuro de tal manera que los monstruos son los únicos que parecen suficientemente dispuestos a asumirlo».

Ya veremos este domingo si la Argentina queda en manos del loco de la motosierra, si condenada por alguna mayoría ebria de hastío tendrá que estar dispuesta a ese abismo. Recuerda la escritora Claudia Piñeiro su serie El reino, en la que “un personaje pregunta: ‘¿A qué le puede tener más miedo la gente que a cagarse de hambre?’. Y otro personaje responde: ‘A un monstruo, hay que crear un monstruo que dé tanto miedo que cagarse de hambre no sea prioridad’.” 

Y veremos lo que nos traen las semanas —o los meses o los años— que vienen, si ya vamos en que un ministro israelí les pidió a los habitantes de Gaza que migren voluntariamente y busquen hogares en distintos países del mundo. Lo impensable dicho por un judío. No ya el pájaro que logra alzar el vuelo tras el golpe, sino el que estalla conta el vidrio, seguido por los demás. La obligación a estar dispuestos a lo impensable. El precio desgarrador. La imposibilidad del perdón. La creación del monstruo.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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