La semana pasada tuve de visita en casa a mis primos y tíos, que vinieron a pasar la semana de receso escolar en Medellín. Los tiempos libres entre reuniones y encuentros familiares los aprovechamos para visitar algunos sitios icónicos de la ciudad, los que a uno normalmente se le vienen a la cabeza cuando quiere llevar a un turista a conocer Medellín. Esto representó un reto en varios sentidos, por mencionar solo dos: el económico y el narrativo.

Hay que empezar por decir que salir en Medellín se ha vuelto, para propios y visitantes (nacionales), un lujo. Cada salida, incluyendo la alimentación o las entradas a algún parque o museo, puede estar por encima de los cien mil pesos diarios y eso, multiplicado por el número de días que dure la estancia y el número de personas, puede ascender a una cifra que pocos pueden solventar. Los mismos habitantes nos estamos volviendo extraños en nuestra casa. La llegada desaforada de turistas, que gastan a cántaros y en dólares, ha “dañado la plaza” y ha hecho que sean cada vez menos los espacios que podemos frecuentar. No porque se nos impida habitar –o bueno, sí. Se ha hecho viral cómo la seguridad privada en El Lleras o Provenza decide quién entra y quién no–, sino porque el costo mismo de las cosas constituye una barrera de acceso.

También hay que decir que los contenidos que los influencers suben a sus redes sobre la ciudad, las series de televisión e incluso el mismo reguetón, todos canales de difusión masiva, han creado en el turista una perspectiva limitada de la cultura, la infraestructura y el espacio público de Medellín. Entonces, la ciudad, enorme en su territorio y su riqueza cultural y artística, queda limitada en la mente de un visitante a unas pocas cuadras donde encuentra un tipo de entretenimiento muy específico, con las plagas y males propios del mismo (fiesta, drogas, explotación sexual).

Otro lugar que suele ser un “infaltable” para visitar en Medellín es la “Comuna 13”, que no es en sí la comuna, sino los barrios Las Independencias y 20 de Julio. Al llegar al lugar, se torna abrumador el gentío, la mezcla de olores a smog, marihuana y comidas rápidas, el ruido altísimo y variado de negocios, parlantes con música, oferta de tours y productos. Por lo demás, el recorrido por las escaleras eléctricas y a los alrededores es como por un mercadillo repleto de apología al narcotráfico con ventas de souvenirs del infame jefe del Cartel de Medellín.

Medellín no carece de espacios en los cuales disfrutar, conocer, aprender y empaparse de la maravillosa historia y cultura que tenemos. El problema radica, creo yo, en que la narrativa del “Milagro Medellín” o la cultura paisa pujante y bella fue insuficiente y se agotó con el tiempo. Tampoco se ha encontrado la manera de darle la vuelta al storytelling y se ha perdido la batalla cultural y narrativa contra otras visiones de la ciudad, mucho más rentables y atractivas para un turismo depredador, que poco valor social genera.

Nos corresponde a nosotros, entonces, intentar contar nuevas y mejores historias sobre Medellín desde donde y como podamos. ¿Qué historia le contaría usted y a qué lugares llevaría a un turista en Medellín? Aquí le dejo mis infaltables, sigamos la lista:

• Museo de Antioquia: tiene la espectacular obra de los maestros Botero, Eladio Vélez, Marco Tobón Mejía, Francisco Antonio Cano, Beatriz González y tantos otros.
• Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe.
• Museo de Arte Moderno, con sus variadas exposiciones.
• Salón Málaga: aires de tango y de bolero.
• Junín: disfrute el pasaje comercial icónico de Medellín y llegue hasta el Parque Bolívar. Cómprese unos deliciosos “moritos” en El Astor o unas empanadas argentinas en Versalles.
• Parque Conmemorativo Inflexión: cuente la historia de los hombres y mujeres valientes que fueron soporte y referente en la batalla contra la violencia y la sinrazón de la mafia.
• Parque de la Conservación.
• Parque Arví.

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