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Señor, me hago hombre vuestro. Con estas palabras iniciaba el homenaje entre el rey y el noble que le juraba lealtad a través de un pacto de vasallaje. La relación implicaba sometimiento del segundo a cambio de protección del primero. Los acuerdos entre señores y vasallos eran acuerdos entre hombres que buscaban conservar la posición social de cada uno y asegurar un orden social particular. De estos pactos hemos heredado palabras y gestos: valet como en el valet parking que ofrecen restaurantes y bares de lujo. Una persona que se encarga de proteger un bien de alguien que le entrega su cuidado a cambio de dinero. 

Escudero, que se utiliza para referirse a aquellas personas que defienden los intereses de otras. Usualmente de quienes, dentro de una jerarquía organizacional, tienen una posición de autoridad respecto de quien los defiende. Clientela, tan de moda cuando se acercan las elecciones y tan útil para los análisis estratégicos en las empresas. Patrón, más ruda y vulgar, menos elegante que líder, pero igual de efectiva cuando se trata de acatar órdenes.

Las palabras que describen a la parte sumisa de la relación también son de uso común: muchacho o muchacha, que hace referencia a la juventud para marcar la distancia y reforzar el peso de la autoridad. El servicio, la sirvienta, diría sin pudor una rancia Clara López, y por supuesto, el perverso “niña” para hablar de mujeres adultas y perfectamente hábiles haciendo énfasis en una condición de incapacidad imaginaria que alimenta el poder de los patriarcas.

La vigencia de estos términos es interesante porque hace evidente la pervivencia de los feudos como contratos materiales a pesar de que en la actualidad se vistan de formas menos asimétricas: el contrato laboral, el matrimonio, la prestación de servicios y la democracia representativa. En una sociedad desigual en la que imperan los valores individualistas, cualquier logro que implique una mejoría en la calidad de vida se defiende como si se tratara de una concesión de un señor misericordioso y no como una manifestación de la dignidad humana y de los derechos que le corresponden.

Una cultura política madura implica cuestionar las formas y los gestos que simbólicamente hacen que la oración del homenaje feudal, señor, me hago hombre vuestro, se repita a pesar de ya no encontrarnos, en teoría, sometidos a tratamientos que nos ubican en una posición de desigualdad respecto de otros seres humanos. El trabajo por la igualdad tiene un componente gramatical y gestual. La redistribución es también un relato. Tenemos que contarlo, alterar la forma hasta que logremos transformar la sustancia. Repetir todas las veces que sea necesario que nadie podrá llevar por encima de su corazón a ninguna persona. 

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valeria-mira/

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