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Desde muy pequeña, uno de mis mayores placeres ha sido ir a cine. Recuerdo muy bien como mi mamá me solía llevar a matiné los sábados y nos podíamos repetir la misma película una y otra vez. Nos veíamos todos los estrenos con un balde de crispetas dulces y un vaso grande de gaseosa; era una rutina más, como ir al colegio o cepillarme los dientes. No reflexionaba si otros niños podían hacer lo mismo que mi madre y yo, pero vivía agradecida de saber que la pantalla grande hacía parte de nuestras vidas.
Cerca de mí encontraba teatros en los centros comerciales, también salas de cine independiente a las que nunca llegué a ir; el privilegio de la magia que impregnaba a las películas lo podía encontrar en muchísimos lugares, pero al crecer me hice consciente de que esta oportunidad no la tienen todos. En Colombia existen más de 357 comunidades sin ningún tipo de acceso a un teatro, y en esta columna se me hizo importante recalcar la importancia de la llamada Ruta 90, proyecto emprendido por Cine Colombia en el año 2017.
Esta iniciativa surge del deseo de acercar la magia del cine a lugares donde la infraestructura cinematográfica es limitada o inexistente, brindando a los habitantes de esas regiones la oportunidad de disfrutar de películas en pantalla grande con equipos profesionales. A través de la Ruta 90, Cine Colombia ha recorrido numerosas poblaciones en distintos municipios y departamentos de Colombia, alcanzando a comunidades que de otra manera no podrían experimentar el cine en su formato tradicional. Su impacto ha llevado la magia del cine a 357 poblaciones en 288 municipios de 29 departamentos, donde, curiosamente, la mayor parte de sus asistentes son niños y ancianos.
Estos equipos fueron llevado por camiones por tierras sin pavimentar e, incluso, se hicieron camino a través de botes y embarcaciones. El sabor y olor de las crispetas llegó a lugares como Santiago de Tolú, San Antonio de Palmito, Colosó, Morroa, Buenavista, Los Palmitos, Ovejas y la isla Tintipán; un abrazo a la imaginación de cada uno de los niños y niñas, jóvenes y ancianos han podido disfrutar de estas funciones que en mi pasado veía como una posibilidad más entre muchas, una actividad común que no tenía nada que ver con el privilegio.
Hasta ahora, la Ruta 90 ha cubierto aproximadamente el 90% del territorio nacional, uniendo esfuerzos para promover el desarrollo de la sociedad al llevar historias inspiradoras a las comunidades más vulnerables a través de la pantalla grande.
No solo es de destacar su capacidad para fomentar la cultura y la educación en lugares donde el acceso a estos recursos es limitado, sino que proyectos como este han tenido un impacto económico positivo en las regiones donde se han implementado, al promover la actividad comercial en las áreas aledañas. La iniciativa ha permitido que los habitantes de estas comunidades generen ingresos adicionales vendiendo sus productos como parte de la confitería de los teatros al aire libre y otros productos relacionados con esta experiencia del séptimo arte.
Esta es una de esas iniciativas que, como niños que alguna vez fuimos, debemos de compartir e impulsar más, hacer ruido para que, como Cine Colombia, otras compañías se sumen en la misión de compartir el arte en general y que el entretenimiento no se limite a la mera suerte del privilegio.
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