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Hasta que Jesús me ponga en paz y alegría con todos los santos Jesús, José y María. Amén. Feliz noche mi tesoro, que descanses. Hmm hmmm, contesta ya metido debajo de las cobijas a las ocho de la noche. Debía despertarse faltando quince minutos para las cinco. Su mamá salió y apagó la luz. Él ya respiraba despacio y pensaba en no pensar para poder dormir.
Ya cuando la respiración se iba haciendo más fuerte y su cuerpo se ponía blandito, próximo a despegar en el sueño, lo sintió. Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Primero a lo lejos. Con su mente ya medio dormida, no consideró que eso fuera un problema. Hasta que, en su oreja, con una intensidad parecida a la de una moto que pasa a toda velocidad tarde en la noche, sintió el PIIIIIIIIIII.
Lo reconoció de inmediato. De un brinco salió de su estupor, moviendo las manos sobre su cabeza en cualquier sentido, intentando espantar o cazar el monstruo. Se sentó en medio de su cama con el corazón acelerado al tener que poner a andar el carro sin calentarlo. Se enfrentaba nuevamente al monstruo chupasangre que le aterraba. Odiaba su ruido y su función. No lo entendía. Deseaba tener un lanzallamas y acabar con todos esos odiosos bichos. Esperó algunos segundos, pero el cansancio era mayor. Lo venció el peso de sus párpados y se volvió a acostar.
La solución fue cubrirse lo que más pudo. Solo dejó un huequito para respirar. Era imposible que lo atrapara si se quedaba ahí abajo. El problema es que estando ahí ni el aire lo atraparía. Pasaron algunos minutos y ya se encontraba sudoroso y cansado por el aire caliente de sus exhalaciones. Se rindió y decidió sacar la cabeza para respirar. Seguro había logrado espantar al monstruo con el rápido movimiento de sus brazos. El aire le entró helado y fresco, respiró profundamente. En medio de sus respiraciones y el disfrute del aire, apareció el agudo PIIIIIIIIII que se sentía dentro de su cabeza.
Noooooo, pensó. La guerra había empezado. Ya no había sueño. Tocaba cazar a aquel capaz de interrumpir el descansar. Un monstruo que evitaba la conexión con los sueños. Y se contentaba con la sangre. Ninguna película le asustaba tanto. Decidió prender la luz para poder encontrarlo. Al hacerlo, quedó aturdido por esa luz que, a esa hora, se asimilaba al sol. Su mamá le había dicho que tenía que organizar los muebles y no llenarlos de tanta cosa. “Entre más juguetes pongas ahí más polvo vas a acumular y más bichos van a llegar”, recordó. No quería quitar nada, amaba todos sus juguetes y la forma en la que estaban organizados. Tendría que ponderar entre aguantarse a estos monstruos o disfrutar de la exposición de sus juguetes.
Sacudió los muebles. Movió las cobijas. Observó el techo. Nada. Intentó escuchar, pero solo se oían las chicharras y el mmmmm del contador afuera de la casa. Pensó que quizás ahora sí se había rendido el monstruo, pero él no. Ya se había puesto de pie, lo que implicaba que buscaría en cada rincón.
Pocos minutos después, sin respuesta, ruido, ni éxito en su misión, declaró la victoria por W. Ahora sí se había ganado el descanso. Por fin era hora de descansar. Apagó la luz y volvió a ponerse las cobijas. Esta vez un poco más abajo. Pensaba que el monstruo seguro había salido por el pasillo y se había ido a otro cuarto.
Pero sintió el PIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII. Y NOOOOO, pensaba ya con la sangre hirviendo. Movió esos brazos con todas sus fuerzas intentando atraparlo con las cobijas. Prendió la luz rápidamente para ver si lo había capturado. Encontró la cobija intacta. Se rindió. No lo dudó. Acudió a su arma secreta: PAPAAAAAAAAAÁ. MAMAAAAAAAÁ. HAY UN ZANCUDOOOOO. Sabía que eso implicaba que ya no tendría argumentos para librarse de ordenar su cuarto y guardar varios de sus juguetes.
Su sacrificio fue en vano. Ni con los refuerzos logró encontrarlos. Cuando despertó, el zancudo todavía estaba allí.
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