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Las universidades públicas colombianas deberían ser y, en muchos casos, volver a ser espacios abiertos integrados de manera efectiva a la ciudad, sin embargo, en su gran mayoría se encuentran segregados y delimitados por una rejas que han impedido que la universidad cumpla un rol relevante en el espacio público de la ciudad y termine representando más bien, en muchos sentidos, un cuerpo extraño y tal vez inalcanzable para la gran mayoría de la sociedad.

La primera vez que entré al campus de la Universidad Nacional, Sede Bogotá, tendría unos 16 años. Fue apenas unos pocos días antes de presentar el examen de admisión del que en gran medida dependía mi futuro. Fuimos con un grupo de compañeros del colegio a buscar el salón de clases en el que se definiría nuestras vidas. Recuerdo esa sensación de estar casi que apostando todo o nada en ese examen.

Fue amor a primera vista. Esa visita al campus fue tan emocionante que aún la recuerdo. Tenía dieciséis años. Supe de la universidad por mis profesores de colegio quienes nos alentaban a presentarnos a la universidad, supongo yo porque sabían que la gran mayoría de nosotros no teníamos más opción. Sin embargo, hasta esa primera visita, para mí, la Universidad Nacional, fue un lugar mítico separado de la realidad por unas rejas.

Fui de los muy pocos privilegiados que pudo volver a cruzar las rejas y entrar al campus ya como admitido. Para los demás, la Universidad Nacional fue, para siempre, un lugar inalcanzable y las rejas sobrevivieron como testimonio material de lo inaccesible. Adentro, tras las rejas, nosotros los privilegiados; afuera, tras las rejas, los otros, los inadmitidos. Mi papá uno de ellos. Lo intentó y lo intentó, una y otra vez, pero no lo logró. 

Aprobar el examen de admisión me permitió cruzar las rejas casi a diario durante varios años y también conocer la historia del campus y sorprenderme con las fotografías de una época en la que la universidad no tenía rejas. Sí. Hubo un tiempo en el que el campus fue también espacio público libre y abierto para todas las personas. Una época en la que la gente iba de paseo al campus.

Fue el presidente Alfonso López Pumarejo quien concibió el campus como una pieza fundamental de su ‘revolución en marcha’ y como instrumento para la modernización de la sociedad. La ciudad experimentó una transformación profunda desde que la Ciudad Universitaria fue implantada en un lote a las afueras de una Bogotá que a duras penas lograba superar los 300 mil habitantes. Poco a poco la ciudad fue creciendo alrededor del campus, hacia el occidente y terminó absorbiéndolo.

Durante tres décadas se fue construyendo un campus libre de barreras y obstáculos para la gente. No habían rejas que dificultaran o disuadieran el disfrute del campus como espacio público. La universidad fue durante este tiempo la materialización del encuentro de saberes pero también un lugar de encuentro, producción y resignificación de ciudadanía.

Sin embargo, en 1977, en un contexto de agitada movilización social, el rector Emilio Aljure, pocas semanas después de haberse posesionado en el cargo, presentó ante el Consejo Superior Universitario la propuesta de levantar un cerramiento perimetral del campus como respuesta al agravamiento de la situación de orden público. La iniciativa de Aljure fue aprobada sin mayor discusión. Así, a finales de ese año, comenzó la construcción de una barrera física y simbólica que separó a la ciudad universitaria del resto de la ciudad y que persiste aun hoy con unos muy pequeños cambios.

Si bien la reja fue levantada bajo el argumento de garantizar la seguridad en el campus, es bien sabido por quienes lo hemos habitado que no ha servido del todo para ello. Dentro del campus se han cometido todo tipo de delitos como el execrable asesinato del profesor Jesús Antonio Bejarano en el edificio de la Facultad de Ciencias Económicas. No hubo reja que valiera. Es inevitable pensar que a la ciudad le fue cercenado el campus a cambio de nada.

El campus de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá debería volver a integrarse a la ciudad. Por supuesto, también los campus de todas las universidades públicas del país deberían tumbar las rejas y volver al encuentro con la ciudad como símbolo de una nueva etapa en el país en el que la universidad ocupe un papel central, como protagonista de lo urbano y de la transformación de la educación tal y como la conocemos.

Sí, esto que digo resulta ser una herejía fundamentalmente para grupos dogmáticos que se han aprovechado de mala manera de un campus segregado. Para el caso de la sede Bogotá de la Universidad Nacional de Colombia, en la cual tuve el privilegio de formarme, se trata ni más ni menos de integrar a la ciudad un espacio de 128 hectáreas (el parque Simón Bolívar tiene 113) ubicado en el centro geográfico de la ciudad.

El impacto urbanístico de una medida como estas podría marcar el inicio de una nueva etapa para la ciudad y por supuesto para el país. Reconciliar el campus con su entorno urbano para que la universidad se ubique en el centro de la ciudad y de la sociedad. Tumben las rejas.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/miguel-silva/

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