A uno nadie le cuenta

A uno nadie le cuenta

A uno nadie le cuenta sobre las cosas importantes de la vida. A uno siempre le silencian lo evidente. A uno nadie le dice lo que a todo el mundo le pasa. No se habla crudo, en carne viva y a calzón quitado, sobre la existencia.

Hay demasiada condescendencia en las palabras de crianza, en los consejos de los amigos, en las lecciones de los maestros, en las retroalimentaciones de los jefes y en las discusiones de pareja. A uno no le dicen casi nunca la verdad porque es esquiva en estas sociedades modernas donde se ha confundido la empatía con el silencio y se ha adoptado el eufemismo para suavizar con palabras mediocres e imprecisas las relaciones, los tabúes, la realidad, como cuidando no disgustar a otro o no desagradar. Nos cuesta la honestidad, cuidamos demasiado los estómagos de nuestro interlocutor porque no creemos que puedan digerir palabras transparentes.

A uno nadie le dice que todos sentimos miedo. Que las cosas se hacen incluso con miedo, que los más grandes de la historia fueron con temor a las batallas. A uno no le cuentan que los padres no tenían mucha idea de lo que hacían cuando nos criaron y que no todo lo que nos pasa en la vida es su culpa. A uno nadie le dice que el amor no es para siempre, que se agota, que los príncipes azules y las princesas son un cuento para dormir y que por eso dan sueño.

No nos dicen que un día no vamos a estar cómodos con nuestra piel, que no siempre nos va a gustar nuestro cuerpo, nuestras manchas, nuestras arrugas y nuestras canas. No nos cuentan que trabajar no siempre es bueno, que hay días en que es horrible levantarse a la misma hora, que no siempre el propósito sirve de aliento. Nadie nos dice que es falso que los compañeros de trabajo son la familia, que no es verdad que somos nuestro éxito profesional. Nadie nos dice que los puestos de trabajo son solo eso, puestos que se ocupan transitoriamente. Que no somos el dinero que tenemos ni las medallas que nos cuelgan.

A uno nadie de le dice que aspirar a más es sufrir más; que anhelar demasiado es la receta perfecta para la frustración, que es la hija natural de la expectativa.

No se atreven a decir que, en los paneles de expertos, ellos mismos no creen que lo sean.  Nadie nos cuenta que los gobernantes improvisan a diario, que lo líderes se juegan muchas decisiones al azar. Nadie nos advierte que divertirse no es de niños, que de niños inmaduros es la seriedad.

Nadie nos habla de sexo. No nos cuentan que la sexualidad no es igual de importante para todos, que cada quien puede descubrir su placer. Nadie nos cuenta que se sufre más por pensar las cosas que por hacerlas. Nadie nos advierte que la cabeza no siempre tiene la razón, que no todas las decisiones deben tomarse con cálculos matemáticos. Nadie nos advierte que en las emociones tampoco se puede confiar siempre, que son pasajeras. No hablamos casi nunca de los sueños perdidos y de los que aparecieron sin buscarlos, porque no todo sucede porque lo causemos; a veces la vida se impone. 

No hablamos con suficiente frecuencia sobre nuestros cuerpos que están vivos, que menstrúan, desechan, engordan, enferman, se cansan, se arrugan, se agotan. Tampoco de nuestra mente que es la casa de la contradicción, donde nuestros pensamientos son poco fiables porque se cruzan, se refutan, se deshilachan, se cristalizan, se oponen, se cierran, se abren, cambian o permanecen.

A uno nadie le cuenta que las personas mienten porque no pueden ser honestas con consigo mismas. No nos dicen que para transformarnos no necesitamos cartones ni libros, que para crecer como seres humanos no se hacen doctorados y que no hay receta en la tierra para ser feliz. Nadie nos cuenta que vamos solos en este camino y que solo nosotros somos responsables, y que las circunstancias no marcan el destino de nuestras vidas. No nos dicen que no siempre “todo va a estar bien” y que se trata de atravesar la vida como viene, con los días grises y los de primavera.

No nos decimos quiénes somos y por eso vivimos en un mundo plástico, contaminado de mentiras que abundan en las redes sociales, en los clubes, en la publicidad, en las películas. Somos el reino del silencio de nuestra naturaleza. Somos conversaciones frívolas, temerosas, poco expuestas, superficiales y andamos en puntillas sobre la vida.

Pero la verdad es que sí lo sabemos; al final uno siempre sabe. Y también nos lo han dicho muchas veces y por eso podríamos decirnos todo esto y mucho más, porque no hay un solo ser sobre la tierra que no tenga la capacidad de enfrentar la verdad. Por eso creer que alguien no tiene suficiente en su interior para recibir palabras transparentes —dichas con amor—, es ser condescendientes y un poco soberbios, porque si cada uno sabe que puede escucharlo todo, ¿por qué sería distinto con el otro?

Comprometerse con la verdad es un acto heroico en un mundo que aniquila a los sinceros. Y no hablo de los que escupen palabras con juicios de lo primero que se les cruza por la cabeza, que en ese caso el silencio tiene una función social. Hablo de decir lo importante y sobre ello no encuentro otra manera más autentica y libre de vivir con esa crudeza en frente: Empezar a decir todo lo que hubiéramos querido que nos dijeran.

Porque para librarnos de ataduras, hay que empezar por ser honestos con nosotros, seguro así veremos afuera con más claridad.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juana-botero/

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