Ramón, el perro de mi corazón

Ramón, el perro de mi corazón

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Te recogimos de una casa en Envigado que no recuerdo. Fue el mismo día en el que a Romeo –nuestro primer Boston Terrier– lo atropelló un taxi. Llegué del colegio y mis papás, con tacto, me contaron que se “había comido algo y había se muerto”. No sé muy bien por qué fue, quizás porque mi hermana estaba desbastada, por lo que mi papá decidió sacar un clavo con otro: nos llevó al criadero de Boston Terriers de Envigado, donde mi hermana y yo nos enamoramos de todos tus hermanos, menos de ti. En nuestro desespero por olvidar la muerte de Romeo, queríamos llevar un perro a casa. Nuestra condición incitó una del dueño: “solamente se pueden llevar a este”. Te levantó a ti, con microporo en tus orejitas para tenerlas paradas –como los de buena raza–.

La constancia es un método efectivo para alcanzar la tranquilidad. Contar con que ciertas cosas, no importa el terremoto del tiempo, estarán ahí, permite que uno navegue con más confianza los vientos turbulentos de la vida. Tú, Moncho, fuiste esa base infinita. Tu compañía tibia todas las noches, tus toques en la puerta para aprovechar mi cama y escapar de la tuya (que era un poquito más chiquita). Tu facilidad con todo, tu ausencia de manías, la agresividad que aprendiste a controlar, tu conciencia, tu lealtad, tus cariños evidentes, tu confidencialidad. Para mí eso era parte de la vida, como lo es respirar; como levantarse por las mañanas y dormirse por las noches. Tu existencia era parte del tejido de la vida misma, y tus saltos a mi cama eran como la emoción de una buena canción o las lágrimas en una película trágica: inevitables.

Los perros, tú, son un regalo que nos enseñan a recibir, pero nunca a despedir. La discrepancia en longevidad de nuestras especies es una maldición para la que ningún corazón jamás está listo. Aunque te veía viejito, aunque veía que los años te estaban cogiendo ventaja, uno nunca está listo. Tengo un recuerdo vívido, quizás el primero donde entendí que la despedida (además, a mí me tocaba a distancia) era inminente. Íbamos al veterinario para que te quitaran tu collar isabelino. En el carro siempre te había gustado ser un guardia comandante desde el apoyabrazos, pero esta vez, tu cansancio te sentó atrás. Yo te miré desde el espejo, sumiso a tu sueño, entrado en tus años y entendí que nuestras vidas dentro de poco se iban a separar. Nunca lo supiste, pero me quebró el corazón.

Y después llegó la llamada, dos meses después de que me había ido, confirmando que descansaste para siempre. Que te habías ido. Mi papá toda la vida ha estado hablando de Toti, la perra de su casa que tuvieron en su adolescencia, que es mítica en el corazón de toda la familia. Lo que más me hizo llorar fue darme cuenta de eso: que te habías convertido en mi Toti y te iba a tener que llevar en mi corazón por el resto de mi vida. Porque no había otra opción.

Pero te extraño Mamoncho. Extraño tu impertinencia con la visita. Como saltabas en las piernas de cualquiera que se atreviera a hacerte ojitos. Extraño tus rasguños en mi puerta, tus peticiones por dejarte entrar debajo de la cobija, tu felicidad cuando alguien cogía los collares para pasear. Extraño el chasqueo de tus uñitas sobre la madera, anunciando tu venida desde la sala, después silenciándose en el tapete largo del corredor, y reapareciendo contigo en la puerta de mi cuarto. Te extraño mucho y veremos si llegará un día en el que pueda pensar en ti sin llorar.

La relación que tenemos con nuestros perros es profundamente personal. Es algo de lo que no se habla mucho. Tal como ellos guardan su silencio, los copiamos y nos guardamos en el corazón, en ese idioma hablado por todos, nuestro amor, nuestras frustraciones y nuestra lealtad hacia ellos. Por eso, cuando se van, se va algo que poquita gente conocía sobre nosotros. Sobre nuestros corazones.

Gracias por la infinitud de recuerdos felices Moncho. Gracias por tu compañía inexorable. Gracias por ser la base de nuestras vidas, nuestro sol silencioso por tanto tiempo. Te voy a extrañar toda la vida.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-gaviria/

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