Hacer vueltas

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El perro da vueltas en el mismo sitio y al final se echa. A mí no me corresponde dar sino hacer vueltas. Esa parece una actividad constante en la vida adulta: casi siempre hay alguna vuelta pendiente. Sin embargo, no todos los adultos asumen esta tarea con entereza. Unos, que pueden, contratan a otros para las diligencias. Algún otro se desentiende y confía en que habrá un tercero que resuelva. Pues, en buena parte de mi vida yo soy la contratada o la tercera que resuelve.

¿Me gusta hacer vueltas? Sí (casi siempre). Hay, por lo menos, dos razones de disfrute. La primera, más vanidosa, pero al fin y al cabo razón legítima: la sensación de sentirme útil. A mí no me escandaliza la idea de asumirse como alguien útil para otros. Muchos discursos, a mi parecer flojos (o por lo menos incompletos), expresan que el ser humano no es cosa, objeto o instrumento. Pero, a veces sí lo somos, y eso hace parte de nuestra identidad humana. Como lo recuerda el profesor Cruz Kronfly: “ningún ser humano puede evitar vivir algún día esta molesta experiencia, porque todo ser humano es al mismo tiempo, por igual, cosa útil y persona con derechos”.

La otra razón por la que me gusta hacer vueltas es porque asumo que es una pequeña revolución, una manera de hackear el sistema que nos obliga a estar ocupados, produciendo sin pensar. Pues, en medio del ir y venir, de estar en el mundo, también me ensimismo: aprovecho las filas para leer o para oír un podcast; pienso en escritos, miro caras y me imagino historias. Dudo, me sorprendo. Me enojo, corro, soluciono. Algunos dirán que es justo lo que el sistema quiere: mezclar vida productiva con un tinte de ocio para hacernos creer que la vida acontece con felicidad. Pero, el punto neurálgico aquí es comprender que la vida contemplativa no obedece a cronogramas. Es imposible que el tiempo se divida en bloques específico: en el día trabaje, en la noche piense, el sábado en la mañana sorpréndase y el domingo sufra.

La vida adulta productiva ya nos obliga a rutinas, y lo más peligroso, nos convierte solo en “cosa útil”; es decir, agota la segunda parte: “persona con derechos”. Por eso, en medio de tanto movimiento, el hacer vueltas lo asumo como la posibilidad de reconocerme como persona útil y persona con derechos. Las dos cosas. Estos son rasgos de nuestra identidad como humanos, y siendo lo primero reivindico y potencio lo segundo, para mí y para otros. Y al revés.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/

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