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Retos del oriente antioqueño (I)

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El título, aunque elocuente, supera el alcance de esta columna, por lo cual amerita algunas acotaciones. Centraré mi opinión en el oriente cercano, en el más turístico, en el que se densifica aceleradamente, en el que más se valoriza, en el más atractivo para la inversión nacional y extranjera, y también para otras actividades poco loables. La importancia económica y política de esta región desbordó hace rato sus fronteras, por lo cual es o debe ser de interés nacional y hasta internacional.

Oriente está conformado por veintitrés municipios, subdivididos en cuatro subregiones Altiplano, Embalses, Bosques y Páramos. A la primera pertenecen nueve municipios: Rionegro, Marinilla, La Ceja, El Retiro, El Carmen de Viboral, Guarne, El Santuario, San Vicente y La Unión. Estos, junto a El Peñol y Guatapé, que pertenecen a la región de Embalses, son los más reconocidos y concurridos. En ellos haré el zoom.

Vivo hace ocho años en la región, siete y medio los viví en Guarne y llevo medio viviendo en Rionegro, en donde he trabajado, primero como decano en una universidad, y ahora como rector de una institución educativa para el trabajo y el desarrollo humano (IETDH), CETASDI, que cuenta con 30 años de existencia. No nací aquí ni soy experto en sus problemáticas; tampoco en sus dinámicas políticas y económicas, pero ya me considero parte del territorio y comprometido con él y con sus habitantes.

No soy autoridad de la región ni en ella, pero me siento no solo autorizado a opinar, sino instado a hacerlo en este tiempo de elecciones, cuando los debates son más necesarios. Lo hago a título personal, por lo cual mi opinión no compromete a la institución donde laboro.

Son muchos los retos, pero trataré en esta y la próxima columna los más apremiantes y no siempre abordados; los que no suelen dar votos, pero son determinantes en la calidad de vida de las personas. No me da el espacio para un análisis detallado, pero sí para enunciarlos y dejarlos sobre la mesa. Empecemos con tres:  

  • Seguridad, movilidad y medio ambiente. Buena parte de las personas que nos subimos del Valle del Aburrá para el de San Nicolás y sus cercanías lo hacemos huyendo de tres grandes flagelos: la inseguridad, la contaminación (ambiental y sonora) y la in-movilidad. La cuestión es que esos problemas se suben tras o con nosotros, y empezamos a repetir la historia, porque tal vez la conocemos, pero no la comprendemos. El reto, entonces, es comprender a fondo las causas de esas problemáticas tanto allá como aquí y tomar decisiones preventivas, creativas y pertinentes en cada ámbito. No pueden ser las mismas que se han aplicado en el Valle del Aburrá, no solo porque no han sido eficaces ni abordan los temas de fondo, sino porque tenemos contextos diferentes.
  • Saber recibir y saber llegar. Muchas de las personas que hoy vivimos aquí llegamos de paso, a vivir ocasional o temporalmente, unos tantos por la pandemia y otros más por motivos laborales u otras razones. Con el tiempo, por necesidad o gusto, nos radicamos definitivamente en la zona. Con alguna dosis de soberbia centralista y citadina, hemos querido imponer nuestras dinámicas y cosmovisiones. Los nativos, por su parte, han asumido actitudes diversas: algunos esnobistas procurarn imitar el estilo de vida de los más visibles; otros pocos adoptan actitudes xenofóbicas y hasta hostiles con los “foráneos”; y algunos desprevenidos los tiene sin cuidado, como si el asunto no fuera con ellos.

En cualquier caso, me inquieta ver, por ejemplo, como en algunos parques municipales a los nativos ya les cuesta mirar a los ojos a inmigrantes y visitantes, sin que ello llame la atención de los gobiernos locales, cuando no es que éstos le terminan hipotecando las “políticas públicas” a los advenedizos. Instados a compartir espacios, y en medio de las diferencias culturales, es imperativo buscar repertorios comunes para poder convivir lo mejor posible, no a pesar de las diferencias, sino con y gracias a ellas. El reto de unos es saber recibir y de otros es saber llegar, so pena de fomentar o acentuar exclusiones de todo tipo (económicas, políticas, culturales, simbólicas, etc), que son el germen de casi todos los conflictos sociales.

  • Un modelo sostenible, autónomo e incluyente de desarrollo. La mayoría de modelos de desarrollo que tenemos, explicitados o no en los programas de gobierno y en los planes de desarrollo, suelen ser monolíticos –parecen proformas muchos–, exógenos o importados, formulados por los mismos y con los mismos de siempre. Como si fuera poco, retan las leyes físicas, porque no consideran que los recursos naturales son limitados, por más que estemos en economías de intangibles. La crisis climática y ambiental (de los ecosistemas) no es cuestión de ideología: es una verdad de a puño. Así de sencillo, sin agua no hay vida, y esta escasea cada vez más.

A los que les resulta risible la idea del decrecimiento económico, suelen predicar los postulados del capitalismo consciente, que es un movimiento que va más allá del libro de Mackey y Sisodia, y que incluye la idea de un consumo consciente, el cual resumo en una cita de Adela Cortina: Prudencia para discernir entre el desprecio por los bienes materiales, que olvida que también son oportunidades de crecimiento, y el entreguismo a las mercancías, que conduce a su expropiación. Como dice Crocker, ni el consumo es un bien que debe maximizarse, ni es un mal que debe minimizarse. No se trata pues de emprender la carrera de los deseos insatisfechos, sino de aprender a desear.

Nuestros modelos de desarrollo, además de sostenibles, deben ser más autónomos. Si bien es un imperativo consultar tanto las principales agendas mundiales, como la de la Cuarta Revolución Industrial (4RI), también deben interpretar lo mejor posible las culturas y las necesidades locales, de modo que podamos cambiar y evolucionar sin dejar de ser nosotros. Igualmente deben ser más democráticos y atender las necesidades de todos y no únicamente de los más privilegiados, a los que tampoco se debe excluir, como lo sustenté en otro artículo en este medio, titulado La exclusión de las élites. El gran reto es construir modelos de desarrollo que nos identifiquen y en los que quepamos todos, incluyendo nuestra Tierra-patria, como reza el título de un bello libro del gran Edgar Morin. 

En la segunda parte de esta columna, abordaré otros retos relacionados con la integración, cooperación y proyección regional, la planeación, el turismo, el desarrollo tecnológico, la gestión de la diversidad, y el tipo de instituciones y dirigentes que demanda esta región.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/

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