Para hacer bien el amor

Para hacer bien el amor

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“Para hacer bien el amor hay que venir al sur” es el estribillo más conocido de la cantante italiana Rafaella Carrà. Hace unos meses, en una conversación de amigas, se nos ocurrió pensar en esa frase para hacer lectura alternativa de las representaciones del amor heterosexual en las baladas románticas valiéndonos de la misma estética de este género musical.

Decidimos proponer tres ensayos sobre tres temas que consideramos centrales para cumplir nuestro objetivo: asumir el deseo, asumir el rechazo e imaginar nuevas formas de amar. Hicimos un sorteo para asignar los temas y a mí me correspondió el último: la imaginación de un amor diferente. En esta columna voy a recoger algunas de las ideas que expuse hace ocho días en un encuentro fantástico en el que compartí el escenario con Maria Paula Restrepo y Lucía Martínez, dos mujeres a las que admiro y que iluminaron la noche con su revolucionaria filosofía del amor:

Lo que aprendimos del amor nos habla de un olvido propio. De una cesión absoluta al deseo del hombre porque nos han enseñado que es él quien valida nuestra existencia. “¿Es atención masculina lo que quiero, o autoridad masculina?” se pregunta Rachel Cusk en su libro Despojos. Sobre el matrimonio y la separación. Escribo esto mientras espero la respuesta a un mensaje de voz que tiene dos chulos azules desde hace varios minutos. Hay algo difícil en la reinvención del amor: hacer conscientes los patrones que pretendemos subvertir y darnos cuenta de la fuerza que ejercen sobre nosotras. ¿Por qué estoy esperando la respuesta de un hombre si tengo mi habitación propia? 

La atención masculina es una derivación de la autoridad masculina que es la autoridad del padre. Al vernos liberadas de esa autoridad nos confrontamos con lo inevitable de la adultez: la responsabilidad sobre nuestros propios actos. Exigir la igualdad exige asumir la adultez. Hacerse cargo de la propia vida y reclamar el conocimiento del mundo que nos ha sido negado por nacer mujeres. Reconocer que no es propiedad exclusiva de los hombres como el género nos ha hecho creer. 

Educadas para ocupar un papel secundario en nuestras propias vidas la posibilidad de jugar el rol estelar nos aterra. Ser las protagonistas, es decir, reclamar agencia sobre nuestra existencia, nos da miedo. Miedo a lo nuevo y a lo desconocido. El mismo miedo que sienten, seguramente, los navegantes cuando se aventuran a surcar aguas desconocidas para atracar en tierras que aún no aparecen en el mapa. 

Los viajes hacia lugares nunca antes visitados inician con una inspiración casi divina: hay algo más allá del horizonte y es algo bello. El primer paso para imaginar nuevas formas de amar es despojarnos del miedo que nos produce pensar en un mundo diferente y confiar en ese porvenir. Liberarnos de la autoridad masculina y asumirnos como humanas completas que pueden apropiarse de todo cuanto existe en el mundo. 

Para hacer bien el amor tenemos que conjurar en nosotras el hechizo de esa autoridad y desafiar los estrechos relatos de lo que nos han enseñado que es el amor. El reconocimiento del poder que tenemos para contar nuestra historia es importante, pero no es suficiente: para buscar el porvenir del amor y navegar las aguas que no aparecen en el mapa tenemos que usar un catalejo familiar. El mismo que usamos para amarnos entre nosotras. Afinar la brújula del corazón y hacer el nuevo amor como lo hacemos cuando decimos “amigas”.  Ser inclasificables, no caber en ningún género y combinar todas las formas del amor. Romper los límites conceptuales y desear algo diferente. 

Contemplar los matices de un amor complejo llevando las prácticas de la amistad a las aguas del amor romántico. Hacer bien el amor con los hombres como lo hacemos bien entre nosotras. Perder la inocencia. Venir al sur es ir a un lugar en el que podemos ser amigas de nuestros amantes.

Otros escritos por esta autora: https://noapto.co/valeria-mira/

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