Escuchar artículo
|
Veo los videos de la mega cárcel que mandó a construir el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, y me dan escalofríos. Me entero de que en Uganda se penalizó la homosexualidad con veinte años de cárcel y hasta pena de muerte, y no doy crédito a lo que leo. Más de un millón de jóvenes norcoreanos se alistan en el Ejército Popular para defenderse de su enemigo, Estados Unidos, y me embarga esa sensación de incredulidad e ingenuidad al pensar en que todavía tantos se suman a otra posible guerra. ¿Acaso no han muerto suficientes jóvenes en la historia por el absurdo ideal de la patria y su defensa?
Me encuentro en Instagram con videos de niños en salones de colegios en Crimea aprendiendo a ensamblar y alistar rifles. ¿A cuántas más generaciones vamos a enseñarles a romantizar la guerra y a alienarlos contra una invisible amenaza? ¿Cuántos más tienen que vivir creyendo que el enemigo es quien ondea una bandera diferente sólo porque a un psicópata le dio por seguir jugando a la conquista? Me topo con imágenes de un París en llamas por protestas a la reforma pensional, la basura que hace semanas nadie recoge y las fallas en el servicio de transporte. Le escribo un mensaje de texto a mi hermano que vive allí para preguntarle qué ocurre y si está bien. Me responde que allá sí protestan en serio porque su ideal de democracia es firme y contundente, pero me asusto al pensar que, si eso ocurre en una de las ciudades más importantes y turísticas del mundo, qué nos espera a nosotros en Latinoamérica que vivimos con el fósforo en la mano dispuestos a crear una conflagración hasta por el pito de un carro a otro, y nuestras democracias son evidentemente más débiles.
Siento que no puedo con el mundo y dejo de leer. Solo para recordarme que en Antioquia, el departamento en el que vivo, el paro minero azota a trece municipios hace más de quince días y sigue poniendo en evidencia la fragilidad social y la pobreza más cruda de la región del Bajo Cauca. Cientos de personas que viven de la informalidad están confinadas en sus casas y sin la posibilidad de obtener su sustento diario. ¿No estamos cansados ya en Colombia de tanto?
Dejo el celular a un lado y respiro. Miro por la ventana y comprendo cuán lejos puedo estar de todo con solo aislar un dispositivo y elegir concentrarme en otra cosa. Tan fácil que puede ser ignorar la realidad y enfocarse únicamente en la propia. La psicología y algunas otras disciplinas nos dicen que debemos prestar nuestra atención a lo que tenemos en frente, a vivir el instante presente, a no intentar controlar lo incontrolable. Aplicar estas herramientas para la propia vida es necesario y sanador. ¿Pero cómo desviar la mirada, la atención y bloquear la sensibilidad ante lo humano? Si lo que les pasa a los demás, es también un asunto personal. Todo lo que es público es político, y lo político es lo que nos pertenece a todos. Nos afecta a todos. ¿O es que no hemos entendido? Que hay gente que muere de hambre todos los días, que hay crímenes, y que la maldad del ser humano no tiene límites ni tendrá fin. Sí. Y no podemos vivir imaginando la utopía de un mundo feliz y perfecto, porque todo lo que hacemos tiene consecuencias y es imposible que en el corazón solo exista la bondad. Pero podríamos empezar por dejar de normalizar la autodestrucción y tantos horrores que parecen sacados de un guion de una película de terror. No sé en qué momento se nos volvieron paisaje el desastre, la devastación y la guerra. ¿Será que en el fondo lo que anhelamos es terminar con todo y no necesitar de ningún dispositivo para silenciar la tragedia, sino, más bien, de uno que nos sepulte definitivamente?
Me dispongo a escribir esta columna que es más un desahogo lleno de preguntas que no tienen respuesta y me encuentro con la noticia del día: que un tipo en Internet anunció que hoy 23 de marzo la Tierra se enfrentará a una invasión alienígena cuyo objetivo es abducir 8.000 personas para llevarlas a un planeta lejano. Me parece que lo único que anhelamos todos, en eso que llaman inconsciente colectivo, es que otra especie nos rescate de nosotros mismos.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/amalia-uribe/