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Llegó el momento de evaluar el producto. Los supervisores se alistan para verificar que los chips funcionen como se debe. Su tecnología les permite recordar extensos párrafos, fechas exactas, personajes importantes e, incluso, capítulos completos de libros. Con una o dos preguntas se verifica que las pequeñas máquinas logren cumplir con sus funciones. Las que no contestan, lo hacen sin exactitud u omiten una parte, serán desechadas o deberán repetir el procedimiento. Todo depende de lo que consideren los supervisores, quienes califican lo que se contesta con notas entre uno y cinco.

Para responder, las máquinas recitan o escriben, dependiendo de su modelo. Saben que todo está, o debe estar, en el Código. Algunas sorprenden a los supervisores, otras terminan siendo retiradas por bloquearse al responder, equivocarse en una fecha u olvidar algún párrafo. El mercado requiere que sean competitivas, estrictas, exactas. Pide máquinas, pues un humano piensa y siente, características inviables en un mundo competitivo, un mundo de rankings; un mundo donde se paga con números y no con letras.

Al omitir el pensamiento y los sentimientos, el producto resulta más útil. Las máquinas no sufren, no se quejan, no se enferman, no duermen. Solo necesitan un suministro de una sustancia color marrón oscuro, casi negro, entre cuatro y cinco veces al día y, en cualquier caso, pueden ser remplazadas con facilidad. No se ausentan y alegan tener una excusa médica. No se deprimen, no les da ansiedad, no renuncian, no pierden la esperanza.

Una persona se distrae, se enamora, se cansa, se cuestiona. Pierde el tiempo conversando, leyendo un libro, viendo una serie, escribiendo, jugando o saliendo de fiesta. La nueva tecnología permite aprovechar el tiempo al máximo, no se distrae con bobadas. Producen, responden, compiten y, sin falta, se remiten al Código. No conversan y, si lo hacen, se remiten al Código. No leen novelas, crónicas, poemas o cuentos, leen el Código o sus explicaciones.

Las máquinas ofrecen respuestas exactas y rápidas. Siempre ganan, incluso si lo hacen contra la justicia. El delito debe ser un artículo y no una historia. Una casa es un bien inmueble y no un esfuerzo de vida y cuna de cientos de historias. Un animal es un bien jurídico mueble, semoviente o inmueble por destinación que también es un ser sintiente. Una persona se equivoca o no siempre busca la victoria. La vida es el Código, por eso hay que memorizarlo, respetarlo.

Pero la fábrica y sus supervisores desconocen que la ética no se puede memorizar. Que la cultura no está en una serie de Códigos. Que hay leyes injustas y casos diversos. Que sentir y pensar son regalos de la existencia, no defectos. Quién diría que esta fábrica pretendió ser alguna vez una facultad de derecho.

Y a ti, ¿cómo te fue en la evaluación?

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/martin-posada/

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