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“De Petro no saldrá jamás una convocatoria a la violencia, pero no esperen que permitamos que el voto popular y la democracia se arrodillen. No.” decía el recién destituido alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, la noche del 9 de diciembre de 2013, trepado en un balcón del palacio de Liévano ante cientos de simpatizantes congregados en la Plaza de Bolívar.

Casi diez años después, Petro volvió a hablar de democracia trepado en un balcón. Esta vez en la Casa de Nariño, como presidente de la República. Una vez más, él arriba y sus simpatizantes abajo. Una vez más se refirió a la democracia en sus propios términos: “Llegó el momento de levantarse, el presidente de la República invita a su pueblo a levantarse, a no arrodillarse, a convertirse en una multitud consciente de que tiene en sus manos el futuro, el presente”.

Para Petro, como hace diez años, existe un algo llamado “pueblo” al que se le habla desde las alturas y se le ordena hacer vigilia en la plaza de Bolívar hasta que, como esa vez, prácticamente resucite de entre los muertos, o levantarse como Lázaro ante el llamado de su mesías. Esa constante referencia al “pueblo” es un mero recurso retórico bastante manido por proyectos políticos colectivistas enemigos del disenso. Como si todas las personas que hacemos parte de ese “pueblo” pensáramos igual, o como si quienes no nos arrodillamos ante la voluntad del señor presidente de la República no fuésemos también parte de ese “pueblo”. Muy a pesar del señor presidente, lo somos.

De los 39 millones de personas habilitadas para votar el año pasado, el 22% lo hizo por Petro en primera vuelta y luego en la segunda vuelta lo hizo el 29%; es decir, más de las dos terceras partes de las personas habilitadas para votar no lo hicieron por Petro, y cerca de un 7%, la cuarta parte de su votación, lo hizo a pesar de Petro. Era eso o votar por Rodolfo Hernández o en blanco. Algunos, como Alejandro Gaviria, lo hicieron para evitar una nueva movilización del radicalismo político y a eso le llamaron “explosión controlada”.

No quiero insinuar que el mandato de Petro sea débil o carente de legitimidad, sino que es mucho más diverso de lo que él está dispuesto a reconocer. Petro le habla a sus petristas y quiere venderle al mundo la idea de que ese es “el pueblo”. Muchos de ellos incapaces de cuestionarlo. Muchos de ellos incapaces de levantarse contra las viejas prácticas reencauchadas en el gobierno del cambio. Muchos de ellos incapaces de levantarse contra la redención de criminales y castas políticas que propone el gobierno.

En las últimas semanas los he visto realizando avezadas acrobacias argumentativas para defender el nombramiento de un arquetípico petrista, Moisés Ninco Daza, como embajador ante los Estados Unidos Mexicanos, a pesar de que no cuenta con título profesional y mucho menos experiencia diplomática. Tal parece que, en el gobierno del cambio como durante el uribato, la anhelada profesionalización del servicio diplomático tampoco será.

Son fieles, radicales y fieles. Dicen ser leales y me preocupa que esa lealtad implique arrodillarse. Unos días antes de la posesión de Petro, otro arquetípico petrista, Gustavo Bolívar, el pobre viejecito, señaló en una entrevista: “tengo tanta lealtad con Petro como con la gente.”. Sin embargo, el mismo Bolívar hace un par de días señaló: “En la filtración de un documento de Estado, hay una deslealtad muy grave con el Presidente de la República que solo está cumpliendo el mandato dado por 11.3 millones de personas. Muy grave”. Se refería a un documento en el que un grupo de ministros había dirigido al presidente y que contenía un estudio serio, riguroso y crítico de la propuesta de reforma a la salud. ¿Por qué debía ser secreto ese documento? ¿No merecía “el pueblo” conocerlo? ¿No es una mayor deslealtad con las personas tratar de mantener en secreto los argumentos de los ministros de Estado que, dicho sea de paso, deben estar al servicio de la ciudadanía?

El documento fue filtrado a la prensa en la mañana y en la noche supimos que el ministro Alejandro Gaviria, uno de los coautores del mismo, no seguiría en el cargo. Tal vez nunca sabremos si renunció o lo renunciaron, pero en cualquier caso está claro que se levantó contra aquello con lo que no estaba de acuerdo y muy seguramente su salida tuvo que ver tanto con la “filtración” del documento, que desde un principio debió ser público, como con la insolencia de no arrodillarse. Perdimos a un ministro responsable que fue capaz de decirle a su jefe que se estaba equivocando.

El presidente subestima los grados de decepción y frustración de ese 7% que votó por él a pesar de él. La salida de Alejandro Gaviria es muestra de ello. Quedan algunos ministros responsables y no sabemos cuánto tiempo más van a aguantar en el cargo. Basta con recordar que, durante el primer año de la alcaldía de Petro, más de diez funcionarios de alto nivel, secretarios y directores, renunciaron o fueron renunciados. En esta secuela ya llevamos cuatro.

La democracia no puede agotarse en el ejercicio electoral. Seis meses después Petro y sus petristas siguen argumentando que los 11 millones de votos de la segunda vuelta son suficientes para respaldar cualquier cosa que se les ocurra. Como un cheque en blanco. A eso le llaman “el pueblo” y desconocen que esta es una sociedad heterogénea. Desconocer el disenso, subestimarlo y hasta castigarlo, eso sí que es arrodillar la democracia.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/valeria-mira/

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