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La profunda desconexión con el campo y con nuestras raíces ha causado un desarraigo casi total que genera una barrera invisible, desde la que se lo ve como algo innecesario, agreste o incluso inexistente. La sociedad actual se ha encargado, con muy “buenos resultados”, de enseñarnos a darle la espalda y dar por sentado que lo que produce es así y ya, como si fuera una empresa o industria manufacturera que debe estar sacando producción y llenando las estanterías de los supermercados y tiendas, sin siquiera considerar si ya es demasiado.
Así las cosas, es muy difícil darle a cada producto del campo su valor real y ponerlo en perspectiva, para entender realmente lo que implica que cada fruta, verdura y alimento esté disponible; incluso se genera esa convicción de que se supone que ahí deben estar, que no importa nada sobre cómo o qué debe pasar para que estén ahí y que, para acabar de ajustar, deben ser hermosos y perfectos, pues cualquier defecto va a generar un escándalo y un rechazo inmediato que solo agrava el drama actual del desperdicio brutal y exagerado de alimentos en todas las etapas del proceso entre las fincas y las cocinas.
Desde esa visión es fácil y cómodo no preguntarse ni cuestionar lo que pasa, ¿para qué?, si todo funciona bien, ¿no? Pues, para nosotros, que estamos en las grandes ciudades y que tenemos las capacidades tal vez sea así, pero del otro lado, hay realidades muy crueles, injustas y llenas de dificultades reales que a veces ni siquiera nos llegamos a imaginar, asumimos que el mundo funciona así y que no hay que hacer mucho para cambiarlo. Esa indiferencia es causa y consecuencia de que los grandes intereses económicos sean los que decidan cómo hacer las cosas, con las condiciones que sean, con tal de que permitan un crecimiento que es para ellos.
Es hora de que despertemos como ciudadanos, como seres conscientes y parte de una comunidad más grande y nos demos cuenta de que todas las decisiones que tomamos -desde lo que mercamos, por ejemplo- tienen un impacto profundo en la manera en la que se desarrolla la sociedad misma. Tenemos esa deuda con Colombia, con el campo, con los campesinos y la naturaleza, ¿o nos vamos a tapar los ojos?
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-perez/