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Juana Botero

Cartas de viaje: otoño y eclipses

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Estamos en medio de dos eclipses importantes y una luna llena que, según los astrólogos, ocurre  en Tauro, mi signo. Estos fenómenos astrológicos nos afectan a todos, aunque a cada uno se le manifieste de maneras diferentes.

No sé si es por esto, o por la llegada del otoño, o por la postpandemia, o porque hay una guerra nuclear que nos ronca en la nuca, no sé por qué será. Para mí y muchos otros que tengo cerca, estas semanas se han sentido más movidas que un tsunami. Los que creen en los astros se lo atribuirán a éstos, los que hablan de los ciclos naturales preferirán hablar del otoño y el metal, los más mentales dirán que es la recesión económica por la guerra, los terapeutas dirán que todos tenemos, en mayor o menor medida, trastorno de estrés posttraumático de la pandemia, y los de derecha seguramente lo atribuirán a la izquierda.

No sé qué es, pero todo se siente pesado. Es posible que los finales de año siempre se sientan así.  El tiempo pasa tan rápido que no alcanzo a recordar si es cierto o no que esta época, en la que se acerca el cierre del año, se torna densa. Cada año se me olvida y cada año me cuestiono lo mismo.

Sobre lo que desconozco no ahondaré, pero sí sobre aquello de lo que nos podemos hacer cargo. Por la razón que sea, no siempre es primavera. Que puede ser mercurio, los ancestros, un trauma de la infancia o el año Maya, pero no todas las épocas de la vida son soleadas y no todo el tiempo estamos floreciendo.

Por estos días, donde ya se siente el frio del otoño en los países del norte y los colores de las ciudades van cambiando, el ritmo de las personas se detiene un poco, las terrazas van estando vacías y los lugares se atiborran dentro, todos buscando más abrigo, porque el peso de las estaciones sobre el cuerpo, seamos quienes seamos, fuertes o débiles, no se resiste. Y hay que dejarlo ser, porque lo que se resiste, persiste. Y en esta temporada, resistirse a la fatiga, la pausa, la búsqueda de calor sería una verdadera tontería.

Ya hace un año escribía algo parecido sobre el invierno. Creo que ser del trópico nos impide cambiar de manera fluida con los ciclos de la naturaleza. Y si no los queremos entender lo que, por supuesto, no es obligatorio, sí conviene comprender nuestros ciclos emocionales y vitales.

Me he resistido a los días de otoño y a esos que no son siempre alegría y florecimiento; no he buscado calor en mi propia compañía, y me cuesta ir más despacio; eso hace que persista la incomodidad.

Me acompañan permanentemente dos voces que se pelean: una queriendo la pausa y otra que no quiere que empiece. Es claro a quién hay que atender, porque ese conflicto interior es un desgaste innecesario.

También, hablo de las temporadas del espíritu, esas que cuando llegan no queremos dejar entrar, pero que al igual que las estaciones, nos preguntan, nos indagan, nos confrontan. Y es que solo nos invitan a cambiar de ciclo y ponernos el traje que nos sienta más cómodo y con el que la vamos a pasar mejor.  Abrigarnos si es necesario o a ponernos la “pava de sol”, cuando corresponda.

Esta temporada parece que nos pide recogernos ¿Qué tal sí dejáramos que las hojas se caigan? Tal vez así, estas épocas de mayores tensiones, cierres, eclipses y recesiones, las podríamos llevar con más soltura, con menos miedo, sin resistencia y entregándonos completamente al frio, soltando el control.

No significa dejarse de cuidar, por el contrario, eso puede ser la mejor manera de cuidarse: parar. Tomar perspectiva, rendirse ante lo que no podemos controlar y si es necesario prepararnos para invernar.

Los días marrones también nos invitan a soltar para volver a sembrar con las manos vacías, sin aferrarnos a las antiguas creencias, temporadas o estaciones y evitar ese cansancio inútil

Esta carta de viaje no es como las demás; en esta no cuento que me invade el asombro de algo nuevo que conocí; en esta no hay anécdotas fantásticas, ni nuevos sabores, ni comparaciones con mi país, ni grandes aventuras; en esta solo hay otoño para exponer ante el desconocido que lea mis días de frio.

La escribo por mí y por quienes no han sacado los lentes de sol, ni su mejor vestido porque ya no sienten la energía del verano; para decirles que a todos nos pasa, que a veces no hay nada más que hacer que sentirlo. Que encontrar las razones no nos libera de la incomodad, que entregarse a lo que simplemente es, hace que todo pase con más suavidad.

También, para que tengamos una nueva mirada sobre los ciclos.  Comprender que está bien que las ramas queden secas, confiar en que ya pasará y que, como todas las temporadas, esta es necesaria, vital, y no pretende parecerse a las demás.

Saludo entonces a la temporada de los muertos, de los mitos sobre los antepasados, a las lunas llenas y a los eclipses que sea, al momento histórico que nos tocó y a la vida como llega. Les doy la bienvenida y tengo compasión conmigo, y me empiezo a abrigar para que con el fuego que tenemos dentro, calentemos nuestras vidas mientras el otoño pasa. Ya pasará…

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