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Miguel Silva

Reparar a Medellín

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Se conoce como Göbekli Tepe al que puede ser considerado como el monumento más antiguo construido por la humanidad (circa 9000 a.C.). Se dice que para su construcción pudieron participar más de 500 personas, lo cual es un completo misterio sociológico y antropológico si se tiene en cuenta que tuvo lugar antes de la sedentarización. La existencia de un complejo de estas características supone entonces una capacidad organizativa que en principio no sería posible sin la intervención de un poder centralizador y coordinador.

Desde entonces, incluso hasta nuestros días, se puede rastrear una relación estrecha entre el poder político y la construcción de infraestructura. Se requirió un gran poder para levantar las murallas y las pirámides en las ciudades antiguas. Estas a su vez materializaron las concepciones de lo sagrado y ofrecieron testimonio del poder que las hizo posibles.

A pesar del paso del tiempo, ese vínculo sigue vigente. Al poder, una idea, le encanta asumir formas físicas para dejar testimonio en el tiempo y saciar el fetiche de la inmortalidad. Monumentos, templos, puentes, ciudadelas universitarias, grandes edificios cumplen su función en la ciudad, pero también están allí para hablarnos del poder. A veces ni siquiera su función o sus contenidos están claros, porque primero aparece la pulsión de construir.

Tal vez eso explica por qué, lamentablemente, a los alcaldes (me perdonan la generalización) les gusta más inaugurar que mantener y me temo que, en parte, ese ha sido el criterio de decisión que ha primado en las ciudades colombianas, incluida Medellín. Construir y construir sin tener en cuenta que cada obra pública implica a futuro un gasto recurrente de reparaciones y de mantenimiento, preventivo si se hace bien.

Así, cada cuatro años, cuando se discute el plan de desarrollo, los alcaldes proponen cuánto van a destinar a infraestructura nueva y cuanto a la vieja. Como el gasto recurrente es incremental, cada alcalde tendrá menos margen de maniobra para obra nueva, por lo tanto, quedan ante un dilema ¿un peso para cuidar lo que los otros dejaron o para construir algo nuevo?

La infraestructura de un colegio no se deteriora de un año al otro y los reclamos de los rectores no son nuevos. Medellín lleva ya varias administraciones arrastrando un problema incremental asociado al mantenimiento de la infraestructura educativa. Todas las administraciones han invertido en ello, pero no necesariamente todo lo que deberían y esta administración no fue la excepción; solo que hay momentos en los que de tanto acumularse, los problemas explotan.

Y ahí está nuevamente la infraestructura como símbolo. Si el colegio recién inaugurado es la materialización del poder político que lo hizo posible, el colegio que cierra y que manda a sus estudiantes a la casa es la forma física que adquiere un poder político decadente. Quedó al descubierto que el modelo se agotó y que Quintero es solo el síntoma incidental de ello.

Pero también quedó sobre la mesa la pregunta sobre el papel de la oposición en Medellín. La discusión sobre las vigencias futuras y las críticas a la aprobación por parte del Concejo, dejaron al descubierto un problema político de fondo ¿hasta qué punto, por andar pensando en lo incidental, se pierde de vista lo verdaderamente importante?

La oposición es necesaria para el control político, para hacer visible lo público, para denunciar la corrupción, el despilfarro de recursos o las deficiencias en la atención a problemas públicos. Debe hacerse de una manera responsable, poniendo siempre a la ciudad por encima de las diferencias políticas. Esto implica evaluar de manera juiciosa y rigurosa cada decisión que el gobierno somete a consideración, de lo contrario estaremos ante un NO recurrente y tozuda.

No siempre hay que decir que NO, ya que en ocasiones las alternativas de solución se agotan y para dar respuesta a un problema urgente de la ciudadanía, no queda otro camino que decirle que SÍ a quien siempre le hemos dicho que NO. Un sapo difícil de tragar, sin duda. Pero es lo responsable. Primero, siempre, tiene que estar la ciudad.

Creo que esa es la verdadera prueba de fuego para Medellín: a la oposición le corresponde darle un nuevo sentido al modelo de ciudad, más allá de Quintero. Le corresponde abrirle espacios políticos a una ciudadanía deliberante y sobre todo lograr acuerdos alrededor de los propósitos comunes. ¿Cuál es la agenda Medellín?

También hay que reconocer los errores cometidos en el pasado ¿Qué tan complacientes fuimos (me incluyo) con los gobiernos anteriores? ¿fueron tan exigentes las élites como lo han sido con Quintero? ¿Es normal que seres humanos lleguen a tener niveles de favorabilidad cercanos al 90%? No me malinterpreten. No quisiera que se repitiera lo de Bogotá, con alcaldes que a duras penas superan el 40%, pero me preocupa lo que callan esos altísimos niveles de favorabilidad de los alcaldes en Medellín.

La veeduría ciudadana puede jugar un rol muy importante en la tarea de revitalizar la gobernanza en Medellín. Se requiere un análisis crítico del presente, por supuesto, pero también del pasado y se va a necesitar en el futuro. Que nos digan qué hay que corregir. Cuáles son esos problemas, que como el de la infraestructura educativa, se venían arrastrando desde varios gobiernos atrás, para corregir, para proponer y para salir de esta.

¿Cuáles deben ser los monumentos y cómo los vamos a cuidar?

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