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Sobre la ficción de la literatura, que también es una forma de verdad, escribió —como lo han hecho tantos— el escritor peruano, Mario Vargas Llosa, en un libro de ensayos titulado La verdad de las mentiras. Recordé este texto a propósito del Informe Final de la Comisión de la Verdad que se presentó el 28 de junio en Colombia y que ayer llegó a 4.332 colegios e instituciones del país bajo el lema “La escuela abraza la verdad”.

La palabra verdad siempre será problemática en cualquier escenario y discusión, más aún cuando esa verdad se escribe y se transforma de la palabra hablada de los testimonios de víctimas y victimarios a un informe. Como dice Vargas Llosa, “Al traducirse en palabras, los hechos, sufren una profunda modificación”.

El conflicto en Colombia es más que un informe final. No creo que haya terminado y no se trata de narrarlo por narrar. La labor de la Comisión supone un reto inmenso y, sin menospreciar lo que hizo, debe continuar. Llevar el informe a los colegios es un paso sin duda fundamental para el diálogo en el que todos deberíamos participar. Y aunque ambas palabras – verdad y final— no sean tal vez las más precisas, empezar a narrar todo aquello que tiene que ver con las atrocidades de la guerrilla, del Ejército, de los paramilitares y del Estado, cometidas durante más de cincuenta años de guerra, es la única posibilidad de empezar a construir y a habitar un país distinto, de pensarnos diferente y de encontrarnos como ciudadanos aun en el disenso más profundo y escabroso.

La guerra no tiene un solo rostro, una única voz, una verdad estática ni irreprochable. Es una amalgama de historias particulares que tiene nombres, etnias, clases sociales, gentilicios, edades y sexos. Todo esto junto puede parecer confuso, incómodo y difícil de analizar y observar. No se trata únicamente de contar muertos, dar estadísticas, cifras de desplazados, porcentajes de crímenes según cada región. Todo eso, aunque necesario para el Informe, no acaba ahí.

La verdad de lo que ocurrió y de qué manera, como una novela, empieza a convertirse en una ficción. No una que dice mentiras o engaña a su público, sino que toma la forma de los relatos, de los que se narran para lograr un pacto con el lector para que todo sea creíble, para que sea verdad.

Al llegar este Informe a los colegios no estaremos simplemente llevando un manual. Nos estamos acercando y comenzando a construir ese pacto ciudadano que, como Nación, nos hace tanta falta. Uno en el que podamos hacernos conscientes de nuestra memoria, de nuestro relato, para poder reconstruirnos como sociedad y como país, para poder integrar esas historias únicas, por dolorosas que sean, a nuestra identidad.

Quienes critican esta decisión del Ministerio de Educación alegando que es un adoctrinamiento desde un lado de la historia olvidan que también hacen parte de ella. Que ese Informe no está buscando culpables para condenar, sino proponiendo un diálogo necesario y vital para reparar y no repetir. Para que aquellos que no son víctimas nunca lleguen a serlo. Para que el país pueda, de una vez y para siempre, pasar la página de una verdad que parece mentira, darle el poder al horror de convertirse en ficción y dejar de ser la realidad.

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