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La posesión del Presidente Gustavo Petro y la Vicepresidenta Francia Márquez estuvo cargada de simbolismos. La espada de Bolívar, una lista de invitados con perfiles muy diferentes al del público común de las posesiones presidenciales, discursos grandilocuentes. Lo más impactante de todo fue, sin duda, ver a Petro, el rebelde, el exguerrillero, rodeado por la cúpula de la Fuerza Pública. El triunfo definitivo de la política democrática como camino ética y pragmáticamente superior al de la vía armada.
Un momento simbólico y, por lo mismo, profundamente esperanzador. Tras cuatro años de tener un Presidente que nunca supo transmitir sus banderas, si es que las tenía, esto es un respiro, una bocanada de ilusiones.
Celebro este cambio de aire. El gobierno de Petro arrancó simbólicamente con el pie derecho. Ojalá que así se mantenga y, por supuesto, que pase de los mensajes simbólicos a los logros políticos y de política pública. Si a los símbolos no los acompaña la ejecutoria, vamos a presenciar la crónica del fin de la izquierda anunciada. Y eso no puede pasar. Una enorme responsabilidad histórica recae sobre Petro y Márquez, a quienes solo queda desearles la mejor de las suertes.