Escuchar artículo
|
El escenario político de Medellín, que no es lo mismo que el escenario social más amplio (de hecho, es solo una de sus partes) está fragmentado en dos grandes grupos: el lado de los actores políticos que son cercanos o están relacionados con el proyecto político del alcalde Quintero y el lado de aquellos que no están de acuerdo con el manejo que le ha dado a la ciudad. Tratemos de analizar cada uno de estos lados.
El del gobierno actual es el lado ganador y que se ha logrado imponer. Además de gobernar a Medellín, quedaron en una posición inmejorable luego de las elecciones presidenciales por su cercanía a Gustavo Petro y el apoyo regional y local que le aportaron desde la capital de la derecha del país. Petro no ganó ni en Medellín ni en Antioquia, pero no es descabellado señalar que el apoyo de la administración actual hizo que la derrota no fuera más amplia, sirvió de contrapeso político perfecto. Y digo la administración porque la andanada de renuncias de secretarios para participar en la campaña, dejando prácticamente tirada la responsabilidad local, fue significativa, ni qué decir de la participación en política del alcalde mismo, con suspensión incluida.
Sin duda el gobierno actual de Medellín, cuestionado por corrupción e ineficiencia, castigado en valoraciones ciudadanas como ningún antecesor, aunque pueda seguir diciendo que es uno de los alcaldes más populares del país, es el ganador político de las jugadas recientes. El golpe inicial fue ganar la elección local de 2019 con una apuesta que la ciudad ya conocía, el Quintero candidato no era muy distinto del estereotipo político que ya venía ganando elecciones con un aire de independencia, juventud y nuevas banderas. El segundo golpe estuvo centrado en la mutación del candidato al gobernante, como alcalde Quintero cambió su discurso y narrativa, que instaló perfectamente, creó la disputa que lo ha puesto a sonar en medios nacionales y que le otorgó la visibilidad que su opaca gestión le negaría, incluso esa fue la carta con que se presentó ante el grupo político de Petro en campaña para ubicarse, y a los suyos, como el aliado en la región atravesada a la victoria presidencial. El tercer golpe grande se está gestando: el manejo de la transición del gobierno nacional en la relación con Medellín y Antioquia pasa por él, por lo que dice o deja de decir, por los que convoca o no a dialogar, la relación y la discusión de nuevo gobierno no se desliga de su manera de hacer o dejar de hacer las cosas.
¿Y el otro lado? El lado opuesto a Quintero es un lado menos cohesionado, mientras en el grupo de Quintero y sus cercanos no hay fisuras ni amagues de disputa, el lado contradictor es todo dispersión. Encajan golpe tras golpe como boxeador desubicado que solo espera un respiro de la campana para tomar un nuevo aire, pero que se tarda demasiado para reaccionar y cuando lo hace no es contundente, por lo que deja el camino abierto para el siguiente puño. De ese lado están actores ligados a distintos movimientos políticos: hay algunos con cercanía a Fajardo, otros que son cercanos a Aníbal Gaviria, a Federico Gutiérrez, y muchos de derecha que no se reducen al Centro Democrático, aunque también hay presencia de ellos. También hay actores empresariales que fueron seleccionados por Quintero como enemigos en su narrativa (algunos ligados al GEA, Proantioquia, Fenalco Antioquia, el Intergremial, en menor medida Comfama y la Cámara de Comercio) y actores sociales entre los que destacan la Veeduría Todos por Medellín y actores desde la academia.
Esa es la Medellín noqueada, la que no supo encajar el golpe de la victoria de Quintero y pierde cada tanto en su narrativa de disputa y guerra contra la clase empresarial y la dirigencia de la ciudad que Quintero graduó de enemigos. Esa misma que ahora trata de arrebatar la vocería e interlocución al alcalde para el proceso de transición con el gobierno nacional electo peleando posiciones entre los grupos de empalme con una ingenuidad que desconoce que la condición política cambió, que la manera de hacer e influir en la política no es la que ellos han pregonado y que la misma estrategia de siempre ya no funcionará, menos si la punta de lanza es la voz desgastada de una administración departamental que también es derrotada políticamente por Quintero en cada nueva disputa y que tiene una posición débil ante el gobierno entrante o jugadas como la de alinearse en apoyos a un deslucido alcalde encargado en el momento de la suspensión de Quintero.
La gran diferencia entre los lados es que desde el de la administración actual el objetivo es claro: gobernar, mantener el privilegio de poder conseguido en el 2019 y todos sus movimientos se encaminan a mantener esa posición estratégica. Del lado contrario el objetivo es difuso, es un grupo diverso con un lazo muy tenue en común, la oposición a Quintero, y en esa lógica el mandatario actual sigue ganando, pues eso refuerza su retórica de disputa contra una élite empresarial y política que lo quiere sacar del cargo. Para derrotar a Quintero y su equipo político es necesario luchar, disputar en un arena muy distinta a la usual, se requiere aprender de los errores cometidos y buscar una nueva estrategia, una que deje en evidencia la ineficiencia de la actual administración sin entrar en la pelea personal, una que construya un nuevo proyecto de ciudad que se unifique en un proyecto político fuerte y con vocación de triunfo, una estrategia que logre unir a aquellos que llevan varias elecciones dispersos y alejados dejándole muy fácil la victoria a Quintero y sus aliados. No es tarea fácil pero tampoco es un empeño que no valga la pena acometer.