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Trato de conjurar la hostilidad del mundo con gestos que me reconcilien con el tiempo que me tocó vivir:
Una mirada compasiva para las personas que creen que la luz del sol solo puede brillar sobre ellas: una que atraviese su vanidad y que me acerque a la verdad de su desamparo y a lo inofensivo de sus métodos.
Cuando me acecha el temor de ver cómo se marchita la Tierra me salva el sueño de devolverle al bosque la tierra que mis ancestros llamaron suya para que la vida de los que ya se fueron regrese convertida en pájaro y en flor.
La certeza de la araña, que sabe que una red bien tejida puede soportar la más pesada de las cargas, es mi hechizo para enfrentar la voracidad de la competencia y la mezquindad del que solo se interesa por él mismo.
Un momento de atención para contemplar la belleza de una gata dormida es mi contra para el ritmo absurdo de la vida productiva.
La licencia para llorar en un bus mientras escucho a una mujer que lee en voz alta Lunes de Eduardo Sacheri mi protesta contra el régimen de la felicidad.
Para hacerle frente a la precariedad de la época, arriesgarlo todo para amarlo todo. Esa es mi rebeldía.