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María Antonia Rincón

No apta para señoritas: en este valle de lágrimas

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“A ti clamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas”. Así, a punta de repetición, nos enseñaron que el tránsito por la tierra es y seguirá siendo una sufridera. Aprendimos a temerle a Dios, quien todo lo ve. Temimos por nuestros actos porque en el día final nos separarán entre buenos y malos. Unos al cielo, otros al infierno. Las oraciones memorizadas eran un llamado para que algún ser celestial intercediera por nosotros, desvalidos en este mundo, necesitados del perdón.

Eso, poco a poco, nos hizo mella. En vez de aprender desde el amor, aprendimos desde el temor. Ahora, si a esto se le añade que vivir en este país es también un riesgo para muchos, la existencia se hace insostenible. Crecimos entre inseguridades de muchos tipos: el desempleo, el hambre, la violencia rural y la violencia urbana; machismos, mafias, corrupción, arribismo, exclusión… cada una de esas variables multiplica la sensación de no tener ni piso ni norte. Aumenta la dificultad para encontrarle sentido a estar vivos.

Existir tranquilos en la tierra es entonces un imposible. La encrucijada de sufrir aquí para ganar el cielo parece encontrar buen sustrato en estas condiciones simbólicas y materiales tan precarias. Le tememos a todo. Así, nuestra condición humana, que se asienta en el miedo, se topa entonces con las trampas de la ansiedad.

Hacer consciencia de que la vida no es un pozo de sufrimiento implica reaprender desde el amor y no desde el temor. Esto es muy difícil, precisamente, porque la fórmula es contundente: la formación religiosa expresada desde la culpa más condiciones sociales llenas de incertidumbre y de altas exigencias le abren camino a la ansiedad y al final sentimos que no hay para qué ni por qué ni cómo.

Aprender desde el amor implica reconocer la dignidad el otro, pero también, la propia. Defenderla incluso de lo que llevamos dentro. Saber que, en medio de todo, la experiencia de transitar por este planeta es maravillosa y que en la diferencia también nos encontramos. Que la vida cobra sentido en el tejido de relaciones que establecemos con cuidado y afecto. Darnos cuenta, además, de que vivir absolutamente tranquilos y felices es una falacia, pero que podemos abrazar la alegría y la serenidad sin culpa. Que podemos amar y sentirnos amados.

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