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En nuestras elecciones los dos discursos de odio fueron los que más pegaron. Y ahora, en el frenesí por el poder, hasta los candidatos que promulgaban, como elemento fundamental de su campaña, ser un movimiento a favor de sus ideas y no en contra de nadie, se han mudado a su mundo doloso. Porque “no estamos en lugar para no tomar posiciones”. Porque “el futuro del país está el juego”. Y así, aunque lo habían evitado en su campaña, se unen a esparcir el rumor del que ya no podemos escapar.
Yo voté por Rodolfo Hernández en primera vuelta. Y creo no arrepentirme. Aunque de corazón y de ideas sea Fajardista, su desinfle político me llevó a una decisión pragmática: evitar una pelea que se iba a perder. De la clase política tradicional contra el anti-institución. Un agarrón que Petro no tenía como perder. Lleva practicando ese discurso 12 años. Además, como muchos, también compartía una frustración por la clase política tradicional. Tener a este par de candidatos, así sea como un testamento de frustración nacional tiene valor.
Mi voto no fue ideológico. En vez, se rindió ante las practicidades del sistema electoral que tenemos. Podemos votar por un solo candidato. No es como en Australia, Eslovenia, o Malta, donde sus ciudadanos votan por orden de preferencia. Creo que desmiente nuestro sueño democrático. Así como en un mundo donde varias religiones compiten por la fe. Cada una clama que en ellas está el Dios verdadero, pero, lo más probable es que todas estén equivocadas. La aspiración de nuestra democracia de representar ese ideal del gobierno del pueblo y para el pueblo, se pone en duda cuando hay diferencias con otros países que aspiran el mismo ideal. ¿Quién está equivocado?
Pero hay que trabajar con lo que tenemos. Nuestro sistema electoral tiene un mecanismo que no existe en la mayoría de las democracias: el voto en blanco. Que, para mí, representa una opción no solo válida pero valiosa. Que, en su parsimonia, deja un mensaje claro: me importa el futuro del país, y ninguno de ustedes me representa. Me parece importante que nosotros, los de centro, los votantes, que tenemos como único interés el futuro del país, demostremos que estamos unidos en contra de las dos direcciones que se nos presentaron. Me sorprende que los políticos que un día hablaban de unión y de cambio responsable, ahora se unan a dos personajes que representan lo opuesto. Nos queda a nosotros, los votantes no identificados, dejar nuestra marca en el escrutinio del 19 de junio. Que le quede claro al presidente, que hay una porción importante del país que no solo no está a gusto con él, pero tampoco con su oponente. Lo que significa, que no solo tendrá que conciliar el discurso del contrincante si verdaderamente quiere gobernar a toda Colombia, pero también tendrá que escucharnos a nosotros.
No creo que Colombia se vaya a acabar quede el que quede. Nuestras instituciones han soportado años de violencia política mucho más agresiva de la que vemos ahora. No estamos frente al cataclismo del que hablan los candidatos. Pero precisamente por eso, es importante que haya un espacio para las ideas de centro, que se incorporen al proyecto nacional electo. Y quizá, la mejor manera de mantener la independencia y no ser absorbidos por el Pacto Histórico o por la Rodolfoneta, es votando en blanco.