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Juan Felipe Gaviria

(in)Feliz jornada electoral

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Acabé de salir del consulado de Ámsterdam de marcar mi voto. Llegué a votar con rabia, no solo por el hambre que cargaba mientras pedaleaba, pero también porque sabía que iba a salir del edificio resentido contra mí y contra el país. Es la primera vez que ejerzo mi voto en una elección presidencial. Un privilegio en un mundo donde todavía menos de mitad de las personas viven bajo una democracia liberal. Un privilegio que conseguimos gracias a soñadores que no solo entregaron sus lágrimas pero también su sangre. Un modelo que hemos logrado mantener, muchas veces a tientas, entre una espesa neblina de violencia que parece nunca abandonar nuestro país. Voté sin convicción. Lejos de lo que me había tratado de prometerme toda la vida. Voté por Rodolfo Hernández, un hombre que no admiro, que no me cae bien, que me inspira poco y con el que tengo apenas algunas coincidencias ideológicas, pero creo que vienen de un fondo diferente. Ósea: nada que ver. Un voto con el que no estoy feliz hoy ni creo que lo estaré el resto de mi vida. Pero creo, por lo menos en el momento decisivo, que fue el voto menos incorrecto.

Me identifico con el centro. Sí, con ese despilfarro de egos. No tanto con las personas, pero con lo que dicen representar. Con lo que ha pasado en la coalición Centro Esperanza, me he alcanzado a sentir traicionado. Pues, hasta la derecha, ha podido entrar en un consenso alrededor de un personaje, y con algo de fuerza de convicción. Aunque quizá para ellos lo era más fácil, porque más que unirse, se unieron contra Petro. También comparto, con casi todos del centro hacia la derecha, que el movimiento del Pacto Histórico, liderado por el egocentrismo de Gustavo Petro, no representa nada distinto a un hambre por poder. Un continuismo populista enmascarado de cambio. Una campaña alimentada por odio que, si alcanza el poder, no tiene ninguna intención de gobernar para todos los colombianos. Parece tener muchas más ganas de gobernar para ellos mismos. Y, desde las elecciones en marzo, cuando supe que el centro, quizá ahora de manera definitiva, no iba a alcanzar la Casa de Nariño, supe que mi voto en segunda vuelta iba a representar una sola cosa: votar en contra de Petro. Porque no veía en ningún otro candidato un proyecto tan sombrío para el país.

Fico empezó entonces a puntear las encuestas. Y, desde ese entonces preparé mi lapicero para él en segunda vuelta. Algo feliz con que Rodrigo Lara estuviera a su lado. Pero, una vez más, me sentía alejadísimo de la campaña y de lo que representaba. Detrás de su discurso de unión, de su nueva máscara de progresista que es solo un poquito de derecha también se nota una desesperación. Fico apenas se atrevió a ajustarse cuando se dio cuenta que tenía un chance de ser presidente. Buscando atraer votos del centro y robárselos a Petro antes de que los miembros de la Coalición Centro Esperanza escojan lado cuando Fajardo se queme en la primera vuelta.

Cuando salieron las encuestas de la última semana y veía que el Ingeniero era el único que le posaba una amenaza a Petro, se me atravesó, casi accidentalmente, la idea de votar por él en primera. Antes de ese momento pensaba que mi voto, algo resignado, por Fajardo era inamovible. Pero me sorprendió la claridad de la idea, que llegaba con algo de tristeza porque representaba también algo de decepción con el segmento político con el que me alineaba. La idea fue cobrando fuerza sin yo darle permiso. Sentía que se alimentó meses de malas noticias, de debates decepcionantes, de escándalos que no movían la intención de voto. De un clima político tenso, polarizado y estigmatizante. Donde si todo el mundo va a ser un hijueputa, pues supongo que yo también.

Y entonces cuando se me parqueó ese tarjetón al frente, y el momento de decisión final llegó, me entró un dolor de estómago por mí, por dejarme que también me envolviera la mierda que ha sido esta ronda electoral. Sentí que así no debería ser esta democracia por la que tanto luchamos y defendemos como pilar fundamental de nuestra identidad nacional. Y a pesar de eso, con ese dolor de estómago, dejé que me ganara todo marcando una X que no deseaba. El voto en blanco me llamó en algún punto, pero fue tumbado con una sola palabra: cobarde. Aunque ya lo había sido.

Espero que usted, lector, tenga hoy, o haya tenido una mejor jornada electoral que la mía. Espero que sea capaz de encontrar un camino optimista para Colombia con estos candidatos. Yo hoy no soy capaz. Espero que tenga la voluntad, frente a la realidad de hoy, de votar con convicción y sin peros. Pero yo hoy no soy capaz. Y espero que, llegado el 7 de agosto, sea con quien sea, esté tranquilo con la dirección del país. Pero yo, con los escenarios presentados, no soy capaz.

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