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Manuela Restrepo

Los engreídos

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Tengo cientos de libretas llenas de palabras que nadie ha leído, escribo como mecanismo de defensa desde que aprendí a coger un lápiz en mis manos y a dibujar letras que componían palabras, me pierdo en las líneas, en las ideas, intento que tengan sentido pero la mayoría de las veces simplemente las dejo fluir.

Escribo en cada espacio que participo, reuniones de trabajo, conferencias, reuniones con amigos, tengo notas sobre todo y sobre nada, mi mano se mueve al son de las palabras sin que muchas veces mi cerebro se entere del mensaje plasmado. Me dejo mensajes que jamás vuelvo a leer, anoto referencias y compongo frases que pasan inclusive al olvido de mi propia historia. Escribo casi siempre como herramienta de liberación personal, pero lo hago a sabiendas de que mis palabras están protegidas por mi propia inadvertencia, porque escribo para la nada, porque mis palabras no vuelven a ser leídas, mis recordatorios son olvidados, mis notas se pierden en el tiempo que se las consume. Escribo para mí y para nadie y me siento segura.

Luego, tomo la decisión de mostrarme, de compartir con un mundo aún pequeño pero desconocido una serie de palabras que la mayoría de las veces no se si tienen mucho sentido, me descubro frente a páginas en blanco esperando una opinión frente a todo, una virtualidad infinita que me abre plataformas para exteriorizar lo que casi siempre se pierde en mis libretas, una pantalla de un computador, un teclado, un lapicero, un cuaderno y casi siempre una copa de vino que son testigos del temor, del apego, de la reserva que tengo con cada frase, con cada idea que plasmo para ser leída por otros.

Los que escribimos para ser leídos no somos más que unos engreídos. ¿Qué nos hace tan valiosos para pensar que a los demás les importa eso que pensamos? ¿Creemos que nuestros juicios son tan profundos, tan innovadores, tan originales que no podemos privar al mundo de conocerlos? ¡Engreídos! Eso somos. Eso soy.

Algunas veces muy técnica mis dedos escriben discursos que pretenden ser cuasi magistrales frente a temas que creo dominar, otras veces, simplemente me dejo llevar, por la nada o por el todo, por el sentimiento que me invada en el momento dejando a la vista mi lado más vulnerable. Después me vuelvo a leer, unas veces con arrepentimiento, otras con vergüenza, otras con asombro pues no reconozco a quien escribió eso que leo y algunas, mucho más escasas, con orgullo.

Escribo, escribimos para hacer sentir nuestra voz, nuestra gran voz, obviando que el mundo está lleno de gritos. Escribimos para dejar alguna huella, tocar algún alma, crear alguna discordia, alguna recordación. Escribimos porque no podemos soportar que el mundo gire sin nosotros a cuestas, no toleramos la indiferencia con nuestras propias vidas, creemos imposible que el mundo se prive de nuestras grandes ideas, de nuestra grandilocuencia. Escribimos para los demás porque tenemos una imagen grandiosa de nosotros mismos, por vanidosos, por presuntuosos. Escribimos a veces para escapar de nuestros propios pensamientos. Escribimos porque de no hacerlo, las palabras nos revientan por dentro.

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