Escuchar artículo
|
Siempre he tenido un carácter muy fuerte, aunque me gustaría pensar que se ha suavizado con los años, que ahora soy una persona más conciliadora, más pacífica, que vive más en armonía que antes, siempre que siento la fuerza de la ira asomándose de donde la guardé gracias a muchísimos años yendo a la psicóloga, recuerdo que lo único que ha cambiado es que ahora está bajo candado. Una de las muchas maneras en las que mi carácter ha sido un problema es que prácticamente nací peleando con mi mamá. Yo siempre tuve una respuesta maluca, como dice ella, para todo. Los días que no había peleas en mi casa eran días buenos y cuando mi papá llegaba del trabajo a encontrarse con una mamá sin quejas sobre Salomé era extraordinario. Y la de mi hermano era otra pelea que había casado desde que nació. Yo era seis años mayor, lo suficiente para acordarme de cómo era la familia antes de que él naciera. Añoraba los momentos a solas con mis papás, aunque ignoraba que inclusive antes vivía agarrada del pelo con mi mamá. En mi adolescencia todo se complicó muchísimo más. Aunque hoy agradezco que mis papás nunca fueron laxos conmigo, ni me dejaron hacer lo que quisiera, los repudié muchos años por no dejarme ir a fiestas ni hacerlas en la casa. Mientras que, en las fiestas de quince de todo el resto de mis compañeras sirvieron cócteles y hasta nos sirvieron aguardiente, en el mío lo más fuerte que hubo fue sodas saborizadas hechas en casa con todo el amor por mi mamá. No entendía por qué no simplemente me podían “dejar en paz.”
Después del tumor de mi hermano todo cambió y entendí que lo perfecto era que todos siguiéramos existiendo, que estuviéramos sanos. Paré de reclamarles, entendí que peleaba con mi mamá porque yo era su copia exacta. Paré de desear que hicieran lo que yo quisiera, que me siguieran la corriente. Realmente paré de verme a mí misma como el centro de la familia. Y aunque les saqué más de una cana, mis papás todavía se burlan de mis primeros 15 años “complicados” cuando estamos con su grupo de amigos. Mi papá siempre cuenta que, frente a mis constantes cuestionamientos, mis comparaciones entre ellos y los papás de mis compañeros, él me llegó a decir más de una vez, “Salomé, vos tenés que entender que esta casa es Venezuela y yo soy Maduro, entonces tenés que hacer lo que yo diga.” Y punto final. No había nada que yo pudiera decir frente a esa línea argumentativa.
No crean que mi casa en realidad era una dictadura. Mis papás tenían que controlar “ese geniecito” mío de alguna manera, pero siempre hubo espacio para dudas, conversaciones, protestas justificadas. Mis papás fueron los primeros en alentarme a ser ciudadana del mundo; mi papá, el primero que me dijo que soñara tan grande como quisiera que él me apoyaba. Mi mamá siempre me aconsejaba y me regañaba, especialmente entre más me di cuenta de lo parecidas que somos. Mis ideas siempre han valido oro en mi casa, y desde que tengo memoria nunca me han dicho que no exprese lo que siento. Eso sí, me dicen que tengo que saberlo expresar con inteligencia. Más de una vez mi papá me ha reclamado porque “parezco bruta,” y es verdad que muchas veces, como ya lo he dicho en otras columnas, se me salen las palabras a borbotones, sin ningún filtro.
Pero últimamente, cuando pienso en la política colombiana, pienso en la falsa tiranía de mi casa cuando yo estaba causando mucho problema, reclamando mucho, quejándome mucho. Hacia todos los lugares y corrientes políticas para donde mire han violado la ley. La más reciente fue la de Daniel Quintero, quien usó la clásica viveza paisa para mostrar su afiliación política por la izquierda usando una palanca de cambios. Un poco paradójico, me pareció. Mientras confía en que los medellinenses seamos lo suficientemente inteligentes como para entender que era un mensaje en pro de la izquierda, nos llama estúpidos al no haber entendido el mensaje “verdadero” del mensaje cuando lo sancionan. Al mismo tiempo, mientras que la Procuraduría no ha hecho nada para castigar otros abusos de este tipo, lo hace de inmediato con una persona con afiliación de izquierda. Eso en sí demuestra sus propias afiliaciones políticas. Y mientras en un paro armado ilegal muchísimas regiones del país quedaron en completo abandono estatal, se despliega toda la fuerza militar que 10.4 mil millones de dólares de presupuesto de defensa pueden obtener en protestas legales propiciadas por decisiones administrativas que van en contra de la potestad del pueblo.
Siento que a todos estos mandatarios, a la mayoría de los políticos, les hizo falta que les contuvieran sus delirios de superioridad con tiranías artificiales, como lo hicieron conmigo. Por eso muchos ven al pueblo como deudores del estado, y no al revés. Al final del día, los políticos trabajan para nosotros, pero cada vez más se están viendo sus afiliaciones personales, sus deseos y caprichos como legítimas representaciones de la realidad del pueblo. Es por eso que no me canso de analizar, y claro, criticar. Espero que los colombianos que me leen también lo hagan, porque solo así podemos elegir a personas que no vean representarnos únicamente como el gran honor de su vida, sino como una responsabilidad ciudadana que les dieron las urnas. Y papá y mamá, sé que están leyendo esto: síganme reclamando por las brutalidades. Porque me queda claro que eso fue lo que les hizo falta a los dirigentes del país.