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Salomé Beyer

Al feminismo

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Escribo esto porque esta semana he leído tres noticias que me han fusilado muchas de las esperanzas que tenía para ver el progreso en pro de los derechos humanos y de la igualdad entre los seres humanos. El lunes, el día en que hice un parcial de mi clase de Historia Contemporánea Temprana, salí del examen en el que expliqué cómo las mujeres fueron sistemáticamente abusadas entre 1500 y 1850 para leer que una niña de tres meses de edad había muerto por las lesiones que le causó una violación. Tres meses de edad. No había consumido comida sólida, no estaba ni cerca de haber dicho su primera palabra y tampoco tenía cómo protegerse. Ni siquiera su ternura e inocencia la pudieron proteger. Luego, el martes leí otra noticia de una niña de 13 o 16 años (los medios la han reportado de ambas edades) que también fue violada por un hombre desconocido mientras caminaba de su casa al colegio. A ella, su inocencia tampoco le bastó para protegerla de la violencia sexual que, al final, muchas veces termina siendo una matiz de la violencia de género. Y finalmente, el miércoles me enteré de que la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos va a prohibir el aborto al retractarse de su decisión histórica de 1973 en el caso de Roe versus Wade, donde se estableció que el aborto es un derecho democrático, un derecho que es acogido por la Constitución. Esa decisión les dio alas a muchísimos movimientos que luchan por la salud sexual y reproductiva alrededor del mundo y que han servido como esperanza para personas con capacidad de gestar en todos los países de América; me atrevería a decir que en todos los países del mundo.

Pensando en esto me adentré en una espiral de sentimientos. Sentí que todo lo que he dicho, escrito, declarado y defendido no ha servido para nada. Sentí que el mundo realmente no tiene salvación, que las mujeres continuaremos estando desprotegidas, que tal vez al final sí es cierto que no quiera tener hijos por la posibilidad de que tenga una hija en vez de un hijo, y que sea yo la que condene a otra mujer a vivir una vida llena de abusos. Porque al final del día, por más que protejamos a nuestras niñas, ellas siempre van a ser víctimas de las presiones de la sociedad, de comentarios y miradas morbosas, de piropos no deseados en la calle que las objetifican, de las críticas de otras mujeres, de los estereotipos de belleza que tanto destruyen su autoestima y su salud. Tampoco van a estar protegidas de que hombres extraños las sigan, como me pasó a mí la semana antepasada, y se van a acostumbrar a no salir de noche, a no ir a trotar muy temprano, a no salir con cierta ropa puesta, a tener el localizador de su celular prendido y compartido con mínimo tres amigas. También pensé en que la vida sería muchísimo más fácil si solo me hubiera adaptado a mi alrededor. Si no hubiera pensado más allá de mi Medellín natal, si hubiera aceptado en silencio las experiencias sexistas que vi y viví todos los días. Si no me hubiera incomodado, si no hubiera estado en tantas extracurriculares, si no me hubiera cuestionado mi privilegio y la responsabilidad tan gigante que me da. Sería todo mucho más fácil si viera esas noticias como estadísticas, como números. Como simples noticias. 

Pero recordé al movimiento feminista. Ese que me apasiona desde que tengo 11 años, ese mismo que me ha conectado con las personas más hermosas que he conocido. El que me ha envuelto, me ha aconsejado, me ha motivado y me ha cuestionado. El feminismo me ha cobijado en una red protectora, me ha sacado de la burbuja en la que estaba cómoda. El feminismo para mí ha sido esa eterna paradoja, de incomodarme hasta más no poder, mientras me regala unas bases con las cuales me siento más fuerte, más decidida, más inspirada. Al feminismo le doy las gracias por darme una comunidad en la cual recaer cuando la vida se pone difícil, cuando los pensamientos son demasiados. Por regalarme maneras a través de las cuales puedo luchar en contra de la injusticia que no solo yo vivo, sino también esa injusticia ajena que tengo que entender a través de la empatía. También le doy las gracias por obligarme a conocerme mejor, por motivarme a decir lo que pienso, y cuando me equivoco admitir mi error y pedir excusas. Por mostrarme que, incluso dentro de la división, hay armonía, que dentro de los desacuerdos hay amor. Porque por más ramas del feminismo que haya, por más opiniones individuales, siempre las conversaciones entre feministas vuelven a nuestro deseo profundo por una vida más digna para todas las mujeres. 

A las personas que no han podido, por cosas de la vida o por elección propia, sentirse acogidas por el feminismo, tomen esto como una invitación. Porque no conozco una sola persona que no sienta preocupación cuando conoce la realidad de ser mujer en un mundo patriarcal. No conozco a una sola persona que luego de entender la realidad del feminismo diario, el que va más allá de las marchas, piense que es descabellado. Al feminismo le digo gracias por tanto, pero también le suplico que por favor abra más espacio para aquellos que tienen curiosidad, aquellos quienes no tuvieron la suerte de crecer en un ambiente que motivaba su curiosidad y su pensamiento crítico. Creo firmemente que espacio hay para todas, todos y todes, y que hemos llegado a un punto en el que el feminismo debe reinventarse nuevamente, debe asumir una posición empática no solo frente a las víctimas que defiende, sino también frente a quienes lo critican. Y ojalá sigan criticando, porque solo así es como se perfecciona, solo así es como  nos damos cuenta de nuestros errores, solo así podemos volver el feminismo en un movimiento realmente inclusivo y adaptado a la realidad de Colombia. Entre más críticas, mejor. Entre más cuestionamientos, mejor. Entre más personas, mejor. Eso le digo al feminismo.

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