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Esteban Jaramillo

Desatar la barbarie

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En la audiencia de esta semana de la Jurisdicción Especial para la Paz se confirmó una verdad desgarradora sobre crímenes que ya todos conocíamos, pero que no habíamos escuchado de boca de quienes los habían perpetrado. Los militares del ejército de Colombia relataron cómo asesinaron a sangre fría a civiles indefensos en varios municipios del país, para luego montar escenas, hacerlos pasar por guerrilleros y cumplir las metas que les exigía el gobierno de Uribe para justificar las billonarias inversiones que se hacían en la guerra.

Entre el 2006 y el 2009 el ejército nacional mató a personas inocentes, algunas de ellas incluso con discapacidades cognitivas, para justificar recursos, traicionando su mandato constitucional, traicionando a su pueblo, traicionando a su país. El pueblo colombiano les entregó el manejo de las armas para que lo defendieran, y ellos rompieron su juramento de proteger la vida, honra, y bienes de sus compatriotas. 

¿Cómo llegamos a tal abismo? Los relatos de los militares, guerrilleros y paramilitares en la JEP hielan la sangre, en un punto, quienes otrora fueron amigos, vecinos, compatriotas, se vieron enfrentados a muerte por el brazalete que portaban, y se volcaron a cometer toda clase de crímenes y vejámenes contra poblaciones indefensas. Para muchos campesinos poco importaba si eran guerrilleros, paramilitares o soldados, todos eran hombres con fusiles, enajenados en un enfrentamiento que desató la barbarie y los llevó a hacer cosas que ni en sus peores pesadillas habrían concebido. 

Esa guerra vergonzosa empezó a mitad del siglo pasado, y aunque cambiaron los actores y los colores de sus emblemas ensangrentados –de liberales y conservadores a guerrilleros de izquierda y paramilitares de derecha– continuaron las masacres, los crímenes espantosos, el desplazamiento forzado y la destrucción del país. Lo peor del horror lo sufrieron siempre las familias campesinas, cuánto dolor, cuántas desgracias, cuánto sufrimiento han tenido que padecer… Llevamos un siglo sumergidos en una espiral de violencia, de locura y de barbarie en la que las culpas se confunden y las venganzas se entrelazan. 

A raíz de la audiencia de la JEP, supe que el tío de una amiga fue uno de los falsos positivos. La conozco hace tiempo y solo esta semana supe que su familia había sufrido ese dolor, que sus abuelos murieron sin saber la verdad sobre su hijo. ¿Cuántas familias guardan una historia de sufrimiento así en su corazón? Hoy sabemos que son por lo menos 6.402. 

A quien me lee le pregunto: ¿Y si hubiese sido mi (o tu) papá? ¿Y si hubiese sido mi (o tu) tío? ¿Y si hubiese sido mi (o tu) hijo? ¿Y si hubiese sido mi (o tu) hermano? ¿Y si hubiese sido mi (o tu) abuelo? ¿Si hubiese sido un familiar mío (o tuyo) el que hubiese sido engañado por el ejército que juró protegerlo, llevado a un monte, arrodillado y ejecutado vilmente, y luego vestido como guerrillero para presentarlo como un terrorista muerto para cumplir una meta de bajas? Si a mi papá lo matara la guerrilla, los paramilitares o la mafia yo también sentiría odio y rabia eterna contra ellos. Pero si lo hubiese matado la policía o el ejercito sería otra cosa, porque eran ellos los encargados de protegerlo y de defender sus derechos. ¿Entienden la diferencia?

Me dijo alguna vez mi abuela que muchos no sabemos qué es un país en paz, no hemos vivido la paz, no la conocemos. Pero tampoco conocemos la guerra. 

Lo que han sufrido nuestros compatriotas es un infierno, vivir con miedo en medio de tres fuerzas asesinas en un combate en el que todos los bandos han cruzado la línea del horror, en el que todos tienen culpas, porque el error no fue de unos u otros, el error fue haber desatado la guerra y su barbarie. 

Hoy esa guerra sigue desgarrándonos: noticias oscuras llegan del Putumayo, con un operativo en el que el ejército aun no explica con claridad y solo ha tenido versiones contradictorias sobre por qué abrió fuego contra un poblado en el que había civiles y que terminó con varios de ellos muertos.

Lo que fortalece a las fuerzas armadas no es que “salgamos a rodearlas” cuando han actuado mal, la firmeza de su legitimidad se construye con actuaciones justas, no bárbaras. No es ocultando sus crímenes como van a recuperar la confianza del pueblo colombiano, sino aceptándolos, pidiendo perdón y jurando que nunca van a repetirlos. 

Como país tenemos que rechazar este y todo atentado contra la vida. La JEP tiene que avanzar, aunque nos enfrentemos a verdades tan escalofriantes como las de los campos de concentración, conocer las dimensiones de lo que pasó es indispensable para que quienes vitorean y alzan cantos de guerra entiendan lo que sufrieron quienes padecieron las consecuencias de esa guerra, y para que como país nos juremos que nunca, bajo ninguna circunstancia, vamos a permitir que se desate ese infierno de nuevo.  

Paz en la tumba del tío, del abuelo, del padre, del hermano, del hijo, de la madre, de la hermana y de todas las víctimas de esta guerra absurda. Que el homenaje a su memoria y el acuerdo fundamental sobre el que construyamos nuestro país, sea que nunca, jamás, repitamos ese horror, que nunca más permitamos que se desate la barbarie. La vida es sagrada. 

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