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Juana Botero

Aleluya

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"Esta luna llena misteriosa llega para que germinen las semillas, para que encuentren respuestas las preguntas, para que resucite la esperanza, para volver la vista al sol, a la luz, a la vida."

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Ya es pascua, resucitó el Cristo, el nazareno que vino a salvarnos de todo pecado.

Ha pasado el viacrucis y ahora es tiempo de celebración. 

Realmente esto días son mucho más que una celebración Cristiana, aunque ellos la hicieron suya. Es también es mucho más que la historia de la última semana de vida de un hombre revolucionario y atisitema, esta es desde antes de Cristo, la semana marcada por el primer plenilunio después del equinoccio, una luna llena que lleva moviendo el mundo alrededor de las fiestas santas, de la celebración de la muerte, el sacrificio, la vida, la revivida, la traición, la salvación, la migración, el refugio, las constelaciones, la estrella de Belen que a propósito,  es una bella alineación entre Jupiter y Saturno que no sucedía desde la Edad Media y hace dos años regresó. 

Las iglesias Cristianas lo celebran en grande, pero cada símbolo tiene más que de una interpretación, los reyes magos, la Magdalena, la cruz, las estrellas, el burro y el buey, la noche oscura donde Jesús estaba por única vez muerto antes de resucitar; a todo ello si se le hace una pequeñísima  investigación se le abren multiples significados que vale la pena por lo menos asomarse a estudiar.

En cualquier caso, por estos días en el mundo entero hay alguna celebración, la grande es la fiesta católica que sin duda es la más popular, a la que quieres que te inviten porque va “todo el mundo”, en la qué hay más jolgorio, colores, olores, vestidos de gala. 

Sin embargo, esta ocasión es tan antigua como la humanidad. En algún lugar siempre se ha celebrado algún mesías, alguna deidad se ha evovado porque el universo completo celebra el otoño o la primavera según el hemisferio.

Ayer domingo, fue un día en el que como seres que habitamos el planeta nos encontramos justo en medio del sol y la luna, en un momentum perfecto para ritualizar la vida, para preguntarnos por la existencia, el sentido, para detenernos por un instante a hablar de la muerte nuestra y  la de los demás, para recordar e imaginar con asombro a todos los que ya pasaron por aquí. 

Estos ritos nos invitan siempre a divagar un poco, a peguntarnos por el pasado, por los ancestros ¿Cuáles serían sus preguntas? ¿Se reunían alrededor de algún templo? ¿Que pensaban del futuro? ¿Imaginaban que la humanidad sería como es hoy? ¿Qué nos dirían de las nuevas cosas que adoramos? 

Esta luna llena misteriosa llega para que germinen las semillas, para que encuentren respuestas las preguntas, para que resucite la esperanza, para volver la vista al sol, a la luz, a la vida.

No hay que ser cristiano para que estas fechas tengan magia y se llenen de significado y para que al igual que la naturaleza y las antiguas civilizaciones le hagamos un culto a la gigante estrella, al misterio de su existencia que permite la nuestra. La Semana Santa si que es santa, si lo santo es Dios y Dios es lo sobrenatural y el milagro improbable de la existencia. 

La única diferencia, mía por lo menos, con los grandes celebradores de estas  fechas, es la carga de sufrimiento que arrastran con cantos solemnes, clavos y latigazos, estos no son días de llanto ni sacrificio. Es el canto alegre del universo que muere y nace infinitamente en un ciclo perfecto, que no implica ni sangrar, ni crucificarnos. 

No soy católica, ni profeso algún credo, pero  entre más busco el origen de todas las fiestas, ritos, tradiciones de ellas, más coincidencias encuentro. En su génesis siempre está la naturaleza, los movimientos de la tierra, del sol, las conjeturas de las estrellas, los fenómenos astronómicos y en síntesis la celebración a la vida-muerte-vida en todas sus manifestaciones. Los libros sagrados de manera bella y metafórica describen los equinoccios, los ciclos de la luna, los movimientos del mar y las maravillosas cosechas. Pero nosotros nos hemos enamorado más de sus interpretaciones y cuentos que de lo que describían, tergiversamos por tantos años la historia que terminamos por creerla cierta.

Yo prefiero entonces leer menos libros de esos y estar más atenta al cielo, porque aunque no cargo una cruz y desconozco las siete palabras, sí festejo y sacralizo estos días de luna llena, de germinación y de renacimiento.

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