Los libros de juegos para niños tienen sopas de letras, laberintos, cuadrículas para copiar dibujos e imágenes casi idénticas a las que tienen que buscarse diferencias sutiles: una mancha de más en una vaca o dos bigotes menos en un gato. Cuando pienso en las próximas elecciones presidenciales pienso en esos libros de juegos que llenaba en las horas en las que los adultos hacían la siesta o querían un rato de silencio. No por las páginas de “busca las diferencias”, aunque también podrían servir de analogía para decir algo sobre uno de los candidatos, sino por las de “une los puntos”. La página llena de puntos numerados sin un orden aparente es la imagen que llega a mi mente cuando escucho a las personas hablar de sus preferencias electorales.

Lo hago por dos motivos y voy a explicar el primero: hay personas que nunca van a alcanzar una pensión de vejez, que solo pudieron estudiar con un crédito que en la práctica les hizo pagar el costo de su educación triplicado, que ven como el salario alcanza para menos cosas en el mercado y que, aún así, se niegan a reconocer que de alguna manera esas consecuencias prácticas están conectadas con las decisiones de quienes nos gobiernan. Es frustrante ver cómo estas personas defienden ferozmente a candidatos cuyos intereses no podrían estar más alejados de los de ellas y que buscan mantener intacto un sistema que les ha quitado la dignidad de la ciudadanía. Es aún más frustrante darse cuenta de que lo hacen convencidas de que pertenecen a la élite que las ha engañado haciéndoles creer que son de la misma clase y que si a ellos les va bien a todas nos va bien. Ese hechizo de transfiguración, además, los hace miopes y les impide ver la imagen que se completa cuando unen su experiencia con otros acontecimientos.

El segundo motivo se origina en la sorpresa con la que los sectores más conservadores observan el descontento social y el deseo de cambio que se hizo evidente en el Paro Nacional y que la izquierda capitalizó en las elecciones parlamentarias y en las consultas internas. Actúan como si no llevaran décadas atizando el fuego que ahora les parece que puede acabarlo todo. La indolencia con la que desligan sus acciones de la situación actual del país es descarada. No creo que en ese error los asista la ignorancia. Creo que actúan con soberbia y convencidos de ocupar un lugar de poder que no puede ser contestado. Un punto grande y gordo en el centro de la página alrededor del cual deben orbitar el resto de puntitos: cada quien en su sitio.

La incapacidad de ver las formas que toma la vida en sociedades cada vez más complejas limita la posibilidad de dimensionar lo que se juega en las decisiones aparentemente aisladas que tomamos cada día. Es urgente construir espacios de solidaridad que permitan que los puntos se acerquen y que sea imposible ignorar que hacen parte de la misma imagen.

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