La semana pasada se terminaron de definir las fórmulas vicepresidenciales de los candidatos a ocupar la Presidencia de Colombia, y definitivamente Francia Márquez fue la candidata vicepresidencial que más dio de que hablar por su carácter, por el contenido de su discurso, por sus formas y por lo inédito de una candidata afro, mujer y con un origen que, a todas luces, sale del estándar de lo que los colombianos estamos acostumbrados a ver en un candidato o candidata a ocupar la Vicepresidencia del país.
Una de las propuestas de campaña de Francia Márquez que ha causado mayor impacto, quizás por el folclorismo con el que la ha titulado, es su promesa de llevar a Colombia a vivir sabroso, lo que según ella significa vivir con felicidad, con alegría, en paz y con dignidad.
Vivir sabroso es un concepto bastante subjetivo que depende de lo que cada ciudadano entienda como bienestar. Para unos puede significar tranquilidad, para otros puede significar vivir viajando, estar con la familia, un momento idealizado, el equilibrio espiritual, la armonía con los otros, vivir con justicia social o incluso contar con la posibilidad de hacer vida en Europa en caso de que Petro llegue a la Presidencia.
Este concepto que ha sido hasta teorizado por Natalia Quiceno, una antropóloga colombiana que tituló su tesis doctoral con la frase “Vivir sabroso”, es una expresión local de las comunidades negras que fueron poblando, desde la abolición de la esclavitud a mediados del siglo XIX, la cuenca media del río Atrato y sus afluentes al norte del litoral Pacífico colombiano.
Y es que uno entiende que la aspiración de Francia Márquez a una vida mejor, a una vida sabrosa, puede estar motivada por lo que pudo ser su vida en Suarez, su municipio natal en el Cauca, donde el nivel de pobreza supera el 80%, su PIB per capita es 4 veces inferior al de Bogotá, con una cobertura en educación media de apenas el 26%, con una penetración de banda ancha que no alcanza ni el 1% y una de alcantarillado de apenas el 16%. Sin embargo, paradójicamente, la evidencia del modelo económico anticapitalista que abiertamente propone, difícilmente nos dará una vida sabrosa. Como lo menciona María Isabel Rueda en su más reciente columna: “ni aun el ascenso de esta meritoria mujer, con sus reflexiones políticas inteligentes y profundas, garantiza que ella tenga la fórmula de ponernos a vivir sabroso.”
El camino para vivir sabroso no está en ser anticapitalista, como se autodenomina Francia; el camino y la solución está en un mejor capitalismo, en un capitalismo consciente, por ejemplo. Un capitalismo que busca la creación de valor y bienestar, en el que los agentes productores del mercado se piensan más allá de la rentabilidad económica, actuando desde nuevos niveles de consciencia, siendo conscientes de su propósito superior, de su impacto en el planeta y de las relaciones que tienen con todos los implicados en los negocios.
A Francia la invitaría a acercarse un poco a Keynes, a quien su jefe Petro ha tenido como fuente de inspiración de algunas ideas económicas, quien en su momento afirmó que, modificando el capitalismo, sabiamente, puede volverse probablemente más eficiente para alcanzar los fines económicos que todos los sistemas alternativos hasta el momento conocidos. O quizás, vivir sabroso es tan simple como lo plantea mi hijo de 3 años, que cuando conoció el mar no dejó de cantar la ya conocida expresión: “en el mar la vida es más sabrosa”.