¿Cómo le explico a un niño lo que significa ser pobre? Cuando no hemos estado tan cerca de la pobreza para saborearla, pero tampoco tan lejos para desconocerla, se entra en un dilema sobre cómo definirla, por el temor a excederse o a quedarse corta.  Incluirse o excluirse de la categoría puede ser arrogante por pretender no pertenecer, o incluso insultante por intentar encajar en ella sin serlo. Cómo será para quienes lo son y no lo saben, o para quienes pueden serlo y la desprecian.

La imagen de pobreza pudimos empezar a conocerla cuando en la infancia rechazábamos la comida o dejábamos la mitad del plato; “lo que darían los niños pobres por comerse esa comida” nos decían. En mi época eran los niños del África, un lugar tan lejos de casa que hacía pensar que era otro mundo diferente, opuesto al propio. La repetición del discurso pudo cimentar un poco de compasión, mezclada con algo de impotencia, pero al final el eco se termina convirtiendo en una total indiferencia. Se crea y mantiene la idea de que así son los niños pobres, y aunque ahora existen cada vez mas cerca de nuestras casas, parece que nada se puede hacer para cambiarlo.

¿Cómo le explico a mi hijo qué es un niño pobre? El referente de la insuficiente comida se queda corto. También entra en la definición el carecer de la capacidad de tener. Le he estado diciendo a un niño que ser pobre es no tener lo que le gusta, o no recibir un regalo el día del cumpleaños ni el día de navidad. Le he mostrado a mi hijo los niños pobres en la calle por la ventana del carro mientras venden los dulces o limpian el vidrio, y me ha escuchado recordarle lo agradecido que debe sentirse porque a él no le troca trabajar y a ese niño pobre sí. Yo queriendo que se dé cuenta de sus privilegios, que entienda las ventajas de su vida frente a la de otras personas, lo llevé en su análisis a que un día me dijera que no quería ser niño pobre porque ellos siempre estaban tristes. Entonces me tocó decirle que para otras personas con mucho más dinero y lujos que los nuestros, nosotros éramos los pobres y a pesar de ello no estábamos tristes. Y a todas estas quién sabe de cuántos otros errores me iré dando cuenta, porque no supe ni sabré cuáles son las mejores respuestas a todas sus preguntas.

Y ahí fue el punto de chequeo. ¿Cómo explicar cuándo se entra o se sale de la categoría de pobreza? Y ¿Cómo explicarle cómo es esa relación cercana o lejana de la pobreza y la riqueza con la noción de felicidad? No pretendo si quiera intentar responderlas en estas letras.

Y entonces, cómo se explica a un niño qué es ser pobre sin que se avergüence ni desprecie por ello. Para zanjar el tema alguien acudiría a la fácil respuesta de eso depende. Desde la economía sería la más simple, la sabida con los cálculos de índices de pobreza según el ingreso, pero no creo que le interese a un pequeño. Otras voces lo definirían como ser pobre de espíritu asociado a su falta de fe, o pobre de mentalidad por su falta de ideas. Coincidimos en que alguien puede clasificarse pobre porque no puede tener atención médica mínima, o porque no puede acceder a una educación de calidad; porque no tiene una vivienda digna, porque el barrio es un riesgo para su vida, o porque su familia no puede generar ingresos o tener acceso a servicios y al consumo mínimo para no sentir hambre o frío.

Y es que todo nos dice que nos alejemos de la pobreza, con la idea de que el logro y el éxito se mide en tanto se esté más distanciado de ser pobre, incluso, de donde viven los pobres. Hasta en los eventos o sitios se nombran zonas y venden entradas para estar en la sección VIP de modo que no se mezcle lo exclusivo con lo popular, y para eso hay que darse el lujo de pagar la diferencia que hace el privilegio.

 Con cuál palabra simple, con cuál idea sencilla le explico a un niño para no satanizar a “la gente pobre” y además intentar contener el discurso generalizado de que somos mejores en tanto seamos lo opuesto a todo lo que se relacione con la pobreza.  Por eso no extrañan las muchas publicaciones de personas en redes sociales que se desesperan por demostrar cuán cerca están de la riqueza, dejando claro que todo fue logrado por sus propios esfuerzos y las bendiciones desbordadas por merecerlo. De esa forma nos acostumbramos a ese permanente elogio al individualismo.  

Pero el punto estaría un poco más atrás. No nos explican por qué se es pobre. Ciertas mentes con fervor en el progresismo a ultranza lo simplifican con un “porque quieren” y con ello se les condena a un predestino, a un círculo vicioso que no acabará, todo por su pobreza.  Así, justifican que no se esforzaron lo suficiente y por eso merecen sufrir, porque les convencen que solo es posible dejar de ser pobre por su propia voluntad y no porque hay un sistema con barreras que hace más complejo superarlas.  El resultado, un juicio a la flojera conveniente de los pobres que se da desde el pedestal de un estatus que pudo ser posible solo gracias a las condiciones que sus familias y otras oportunidades les dieron para llegar donde están.  Y así, por un lado, las tranquilidades para quienes ostentan tener y escalar porque hicieron bien la tarea, y por otro las frustraciones porque nunca habrá suficientes esfuerzos ni razones para lograr lo que otras personas exitosas hicieron con tal de desvestirse de su pobreza.  

Le tocará a mi peque descifrar solo el acertijo. Entre tanto, podré seguir contándole mientras crece, cómo y por qué se ha organizado el mundo para que cada vez más los ricos sean menos.

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