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María Antonia Rincón

No apta para señoritas: leer ralentiza 

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"Somos capaces, y esto es maravilloso, de percibir el dolor de otros que nacieron en cabeza ajena. Esos personajes dejan de ser del autor y se convierten en nuestros, pues sus angustias y sus alegrías peregrinan por nuestra piel."

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Leemos porque buscamos encontrarnos. Leer es una actividad difícil y un fenómeno raro para nuestras pobres mentes. Mientras los ojos se desplazan por las palabras, el tiempo cambia, se ralentiza, así con a: se disminuye la velocidad y uno se encuentra en dimensiones que a la vez son ajenas y propias. La lectura pervierte el orden de lo que conocemos como tiempo y espacio.

Sabemos muy poco de nosotros mismos y, tal vez, es en la literatura donde hallamos un espejo para reflejarnos y re-conocernos. Vemos allí nuestra imagen, pública y cuidada; pero también la íntima con sus propias miserias y dolores. Nos miramos en otros que padecen o gozan. Puede que no nos haga mejores personas en el sentido estrictamente moral: hay tantos que declaman poesía de memoria o que leen las grandes obras de la literatura universal al tiempo que maquinan y ejecutan los actos más viles. Pero, sí “nos enseña a sentir mejor”, como dice Antoine Compagnon.

Al leer, acudimos a la imaginación. Experimentamos placeres múltiples. El cuerpo está, ahí, presente, en la silla. Respira y se conmueve; pero en ese momento no lo habitamos. Estamos allá, en Berlín o en Grecia, construyendo imágenes, precisamente, fuera del presente. Somos capaces, y esto es maravilloso, de percibir el dolor de otros que nacieron en cabeza ajena. Esos personajes dejan de ser del autor y se convierten en nuestros, pues sus angustias y sus alegrías peregrinan por nuestra piel.

Leer nos hereda conocimiento, nos empuja fuera de los límites de la estupidez. Pero no es garantía. Para leer se requiere esfuerzo y, nosotros, seres perezosos y dominados por la inercia estamos poco dispuestos a abrir el pensamiento para modificar o refinar la comprensión de lo que acontece en el mundo. Somos muy limitados y la tarea es exigente. No es fácil, ni física ni mentalmente. Es placentero, sí, pero duele. Y así debe ser.

Las lecturas deben desacomodarnos, chuzar nuestra piel y hacer del cuerpo un estremecimiento. Leer es abrir caminos de posibilidades sensibles; de dudas profundas y de emociones infinitas. Es pensarnos en oposición. Con esas sensaciones, poco a poco, haremos de nuestra existencia un tránsito más complejo y digno.

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