Se juran una revolución política y estética, un hecho inédito en la historia paisa. Pero los nuevos inquilinos de La Alpujarra parecen un calco de los mafiosos de finales del siglo pasado, embelesados con su nueva riqueza y poder, que hasta ahora supuestamente Medellín les había negado.
Dicen reivindicar el norte de la ciudad y constantemente hablan de su origen popular, pero a la primera ocasión se van a vivir a El Poblado. De cuando en cuando vuelven a sus barrios, más para exhibir su Toyota con chofer que para otra cosa.
Fiestas eternas en fincas y apartamentos diferentes a sus casas, no vaya a ser que sus esposas presencien el espectáculo al que someten a mujeres subalternas y alquiladas. Excesos de alcohol y drogas propios de quienes viven en la efervescencia de un poder muy grande, pero efímero.
Desde sus palcos, en el estadio y en conciertos, se sienten muy altos, intocables, omnipotentes, eternos. No saben que más pronto que tarde caerán, igual que cayeron en la ciudad los traquetos más poderosos. La Medellín Futuro se parece mucho a la Medellín pasada.