Quintero: un manzanillo moderno y presidenciable

Quintero: un manzanillo moderno y presidenciable

Quintero es un manzanillo, puro y duro. Pero no un manzanillo cualquiera: es probablemente el manzanillo más hábil de toda su generación, un verdadero prohombre de la cuarta revolución industrial.

 ¿Pero qué es un manzanillo? Se estará preguntando usted, ávido lector.

El lexicón de colombianismos de Gonzalo Cadavid Uribe lo define como un “hombre sin moral, sin decoro, poseído de un alto concepto de su grandeza, virulento, cobarde y falaz que pone a su servicio toda la bajeza de los hombres y toda su falta de hombría de bien para sus fines siempre oscuros. Llámase manzanillo porque sus frutos y su sombra, como los del árbol de ese nombre, son dañinos y venenosos. Forman su cohorte perdularios, buscalavidas, incapaces, matones y zarrapastrosos. En la fauna política, el manzanillo es el más despreciable de los animales, siendo todos despreciables.”

Una buena definición, aunque falta de algunos adjetivos más fuertes para el sujeto en cuestión.

Un editorial de 1997 de El Tiempo lo pone en términos más prácticos: “el manzanillo por lo general medra en los laberintos del pequeño poder, de la intriga de momento, es el que arregla, compone y negocia el pequeño detalle para sacar de él algún beneficio personal o para su jefe político (…) del ex presidente Virgilio Barco, las malas lenguas decían que era estadista en Bogotá y manzanillo en Cúcuta.”

Ahora, ¿por qué la necesidad de usar un término del siglo pasado, en desuso, para describir al vanguardista Daniel Quintero? Al alcalde del Valle del Software, el empresario digital, el del machin lernin y el datasaiens (el que “erradicó el covid” con un Dashboard en Tableau). Pues justamente por eso mismo: tan talentoso es el manzanillo que logra conjugar a la perfección una imagen pulcra y moderna con los peores vicios de la politiquería y el clientelismo. Un extractor de rentas profesional posando de cordero manso e ingeniero. Exitosísimo.

Exitosísimo porque sus perfectamente medidas y potentes narrativas han tenido la misma penetración en la opinión pública que sus tentáculos en los bajos mundos de la política menuda. Todos quieren con Daniel Quintero, y Daniel Quintero quiere con todos, en sus dos espectros.

A Dr. Jekyll Quintero le abren micrófonos en W Radio, Caracol, Blu y SEMANA para escuchar al salvador de Medellín, el que la está protegiendo de las mafias que han cooptado por años el poder público, el modernizador hecho a pulso que está trayendo un cambio. El “polémico” alcalde. Cada vez más presente en las narrativas de la opinión pública, ganando adeptos fuera de Medellín en su lucha contra el fajardo-uribismo. El alcalde del que habla hasta The Economist. La nueva estrella de la política colombiana, una imagen fresca y sin tantos lastres.

Dr. Jekyll tiene su imagen perfectamente calibrada. Nunca se le ve en una foto oficial con una ropa distinta a su camisa de botones azul clara metida por dentro, su blue jean entubado y sus zapatos negros sin marca. Elegante, mas no opulento. Nunca se le ve salido de casillas. No tiene escrúpulos para sacar cada vez que puede sus fabricados cuentos de pobreza y heroica superación. Es capaz de posar en campaña en una puesta en escena en una casa estrato 2 digna de una toma de Kubrick en Barry Lyndon y luego salir a afirmar sin pena en medios que tiene como sacar más de 100 millones de su bolsillo para pagar abogados que entorpezcan la revocatoria porque es “empresario”.


Mientras tanto, Mr. Daniel Hyde es tan bueno en su repartición del erario público que cada vez tiene aliados y simpatizantes de más alto calibre: de César Gaviria y Luis Pérez al todopoderoso contralor Felipe Córdoba. Vargas Lleras le da el visto bueno cada vez que puede. El nuevo inescrupuloso Petrismo es capaz de tragarse todos los sapos necesarios con tal de no perder a su aliado en Medellín, el que ha demostrado que está más que preparado para aceitarles toda la maquinaria. Manzanillo reconoce manzanillo. La mitad del congreso se babearía por tener a alguien del talante de Daniel Quintero moviéndoles los hilos regionales desde la Casa de Nari.

¿Qué otro político regional sería capaz de tener de aliado al petrismo y ser aplaudido en Bogotá por su anti-fajardouribismo y al mismo tiempo co-gobernar en el concejo con el Centro Democrático y tener de aliado al gerente del NO en el plebiscito?

Quintero es un verdadero maestro del manzanillismo del siglo XXI. No es ni petrista ni gavirista ni luisperista: es quinterista, maleable, capaz de aliarse con el que sea y cómo sea con tal de seguir escalando. Bajo su modus operandi mafioso, de secretismo y lealtad absoluta, su poder apenas está empezando a acumularse. Estadista ante la opinión pública, manzanillo en todo lo demás. Un orate y un hampón, pero impecablemente jugado en su papel. 

Por eso afirmo con mucha resignación: hay que revocarlo. Será un proceso dañino, pero ya no tiene reversa.  Dañino para la ciudad, pero beneficioso para él sea cuál sea el resultado: saldrá como víctima de las mafias de Medellín o como el héroe cuyo respaldo popular valida su lucha. Mejor que al menos quede el precedente. Muy pronto el asunto dejará de ser sobre “Make Medellín Great Again”  y se tornará sobre “Make Colombia Great Again”. Las ambiciones de poder de Daniel Quintero no tienen reversa. Es todo o nada.

Como escribió Antonio Caballero, “el poder es igual a cabalgar un tigre: el jinete no se puede desmontar, porque en ese mismo instante el tigre se lo come”. Quintero no se va a bajar. Tiene dos resultados posibles: o termina en la Casa de Nariño o en el camino termina en la cárcel. Así que Medellín, acostúmbrate. Y Colombia, prepárate: el problema también es tuyo.

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